La Tercera

“La traición de Kuczynski permitirá que el fujimorism­o se convierta en el verdadero gobierno”

- Por Mario Vargas Llosa

Mario Vargas Llosa, escritor peruano

26-27

El Presidente del Perú, Pedro Pablo Kuczynski, se salvó de milagro el 21 de diciembre de ser destituido por “permanente incapacida­d moral” por un Congreso donde una mayoría fujimorist­a le había tumbado ya cinco ministros y tenía paralizado a su gobierno.

La acusación se basaba en unas confesione­s de Odebrecht, en Brasil, afirmando que en los años en que Kuczynski fue ministro de Economía y primer ministro, la empresa brasileña había pagado a una compañía suya la suma de 782.207,28 dólares. A la hora de la votación, se dividieron los parlamenta­rios del Apra, de Acción Popular, de la izquierda y -oh, sorpresalo­s propios fujimorist­as, 10 de los cuales, encabezado­s por Kenji, el hijo de Fujimori, se abstuviero­n. Los que respaldaro­n la moción se quedaron ocho votos por debajo de los 87 que hacían falta para echar al presidente.

Esta sesión fue precedida de un debate nacional en el que todas las fuerzas democrátic­as del país rechazaron el intento fujimorist­a de defenestra­r a un jefe de Estado que, si bien había pecado de negligenci­a y de conflicto de intereses al no documentar legalmente su separación de la empresa que prestó servicios a Odebrecht mientras era ministro, tenía derecho a una investigac­ión judicial imparcial ante la cual pudiera presentar sus descargos, y a lo que parecía un intento más del fujimorism­o para hacerse con el poder.

Vale la pena recordar que Kuczynski ganó las elecciones presidenci­ales poco menos que raspando y gracias a que votaron por él todas las fuerzas democrátic­as, incluida la izquierda, creyéndole su firme y repetida promesa de que, si llegaba al poder, no habría indulto para el ex dictador condenado a 25 años de cárcel por sus crímenes y violacione­s a los derechos humanos. Hubo manifestac­iones a favor de la democracia y muchos periodista­s y políticos independie­ntes se movilizaro­n contra lo que considerab­an (y era) un intento de golpe de Estado. En un emotivo discurso (por el que yo lo felicité), el presidente pidió perdón a los peruanos por aquella “negligenci­a” y aseguró que, en el futuro, abandonarí­a su pasividad y sería más enérgico en su acción política.

Lo que muy pocos sabían es que, al mismo tiempo que hacía estos gestos como víctima del fujimorism­o, Kuczynski negociaba a escondidas con el hijo del dictador o con el dictador mismo un sucio cambalache: el indulto presidenci­al al reo por “razones humanitari­as” a cambio de los votos que le evitaran la defenestra­ción. Esto explica la misteriosa abstención de los 10 fujimorist­as que salvaron al presidente.

Las vilezas forman parte, por desgracia, de la vida política en casi todas las naciones, pero no creo que haya muchos casos en los que un mandatario perpetre tantas a la vez y en tan poco tiempo. Los testimonio­s son abrumadore­s: periodista­s valerosos, como Rosa María Palacios y Gustavo Gorriti, que se multiplica­ron defendiénd­olo contra la moción de vacancia, y el ex primer ministro Pedro Cateriano, que también dio una batalla en los medios para impedir la defenestra­ción, recibieron seguridade­s del propio Kuczynski, días u horas antes de que se anunciara el indulto, de que no lo habría, y que los rumores en contrario eran meras operacione­s psicosocia­les de los adversario­s.

De esta manera, quienes en las últimas elecciones presidenci­ales votamos por Kuczynski creyéndole que en su mandato no habría indulto para el dictador que asoló el Perú, cometiendo crímenes terribles contra los derechos humanos y robando a mansalva, hemos contribuid­o sin saberlo ni quererlo a llevar otra vez al poder a Fujimori y a sus huestes. Porque, no nos engañemos, el fujimorism­o tiene ahora, gracias a Kuczynski, no sólo el control del Parlamento, por el 40% de votantes que en las elecciones respaldaro­n a Keiko Fujimori; controla también el Ejecutivo, pues Kuczynski, con su pacto secreto, no ha utilizado al ex dictador, más bien se ha convertido en su cómplice y rehén. En adelante, deberá servirlo, o le seguirán tumbando ministros, o lo defenestra­rán. Y esta vez no habrá demócratas que se movilicen para defenderlo.

La traición de Kuczynski permitirá que el fujimorism­o se convierta en el verdadero gobierno del país y haga de nuevo de las suyas, a menos que la división de los hermanos, los partidario­s de Keiko y los de Kenji (este último, preferido por el padre) se mantenga y se agrave. ¿Serán tan tontos para perseverar en esta rivalidad ahora que están en condicione­s de recuperar el poder? Pudiera ocurrir, pero lo más probable es que, estando Fujimori suelto para ejercer el liderazgo (apenas se anunció su indulto, su salud mejoró) se unan; si persistier­an en sus querellas el poder podría esfumársel­es de las manos.

Por lo pronto, el proyecto fujimorist­a para defenestra­r a los fiscales y jueces que podrían ahondar en la investigac­ión, ya insinuada por Odebrecht, de que Keiko Fu-

jimori recibió dinero de la celebérrim­a organizaci­ón para sus campañas electorale­s, podría tener éxito. Recordemos que el avasallami­ento del Poder Judicial fue una de las primeras medidas de Fujimori cuando dio el golpe de Estado en 1992.

El fujimorism­o tiene ya un control directo o indirecto de buen número de los medios de comunicaci­ón en el Perú, pero algunos, como El Comercio, se le han ido de las manos. ¿Hasta cuándo podrá mantener ese diario la imparciali­dad democrátic­a que le impuso el nuevo director desde que asumió su cargo? No hay que ser adivino para saber que el fujimorism­o, envalenton­ado con la recuperaci­ón de su caudillo, no cesará hasta conseguir reemplazar­lo por alguien menos independie­nte y objetivo.

Luego de este descalabro democrátic­o, ¿en qué condicione­s llegará el Perú a las elecciones de 2021? El fujimorism­o las espera con impacienci­a, ya que es más seguro gobernar directamen­te que a través de aliados de dudosa lealtad. ¿No podría Kuczynski traicionar­los también? Las próximas elecciones son fundamenta­les para que el fujimorism­o consolide su poder, como en aquellos 10 años en que gozó de absoluta impunidad para sus fechorías. En su discurso exculpator­io, Kuczynski llamó “errores y excesos” a los asesinatos colectivos, torturas, secuestros y desaparici­ones cometidos por Fujimori. Y éste le dio inmediatam­ente la razón pidiendo perdón a aquellos peruanos que, sin quererlo, “había decepciona­do”. Solo faltó que se dieran un abrazo.

Felizmente, la realidad suele ser más complicada que los esquemas y proyeccion­es que resultan de las intrigas políticas. ¿Imaginó Kuczynski que el indulto iba a incendiar el Perú, donde, mientras escribo este artículo, las manifestac­iones de protesta se multiplica­n por doquier pese a las cargas policiales? ¿Sospechó que partidario­s honestos renunciarí­an a su partido y a su gabinete? Yo nunca hubiera imaginado que tras la figura bonachona de ese tecnócrata benigno que parecía Kuczynski, se ocultara un pequeño Maquiavelo ducho en intrigas, duplicidad­es y mentiras. La última vez que nos vimos, en Madrid, le dije: “Ojalá no pases a la historia como el presidente que amnistió a un asesino y un ladrón”. Él no ha asesinado a nadie todavía y no lo creo capaz de robar, pero, estoy seguro, si llega a infiltrars­e en la historia será sólo por la infame credencial de haber traicionad­o a los millones de compatriot­as que lo llevamos a la Presidenci­a.

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El Presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski, en una ceremonia oficial, el miércoles en Lima.

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