Un gabinete político
Momento crucial, en el que se decide parte fundamental de lo que será el gobierno de Sebastián Piñera, es el de la conformación de su gabinete. De qué manera se organice: si con mayor o menor participación de los partidos; si incluyendo o no a sectores cercanos pero ajenos a Chile Vamos; si dominado por personas ya curtidas en lides políticas o grupos nuevos; si liderado por el equipo político o por los ministros del área económica; si con un segundo piso robusto o más cargado a las comunicaciones, dependerán las capacidades con las que cuente el gobierno para sortear los años que vienen y, eventualmente, traspasar el poder a un sucesor de su misma alianza.
Habida cuenta de que lo más previsible es un escenario complejo, de movilización social y estudiantil, en el cual las discusiones no estarán centradas en asuntos técnicos, sino que versarán también sobre las bases del sistema político y económico, puesto, además, que la clase política se encuentra ante un desafío formidable, parecido al que enfrentara el país luego de su centenario, a saber, el de integrar adecuadamente a nuevas clases sociales que irrumpen con anhelos inusitados, dados estos antecedentes, lo más apropiado parece ser un gabinete que, más allá de los nombres, reúna al menos cinco características bien definidas.
Primero, debe considerarse a los partidos. La decisión más acertada de Piñera en la segunda vuelta fue incorporar -tanto en liderazgos como en el nivel conceptuala las distintas vertientes de la centroderecha -socialcristianos, liberales laicos, nacionales, liberales cristianos-, de tal suerte que todas ellas se sintieran reconocidas. Eso permitió no sólo mostrar de manera convincente una pluralidad política en el sector, sino, además, que todos sus componentes se movilizaran. Algo parecido tendría que reflejar el gabinete: la diversidad de tradiciones de las cuales el pensamiento y la praxis de la centroderecha se nutren, a fin de mantener ese plural respaldo y contar, el gobierno, con herramientas discursivas complejas y complementarias.
Segundo, ha de incluirse a sectores cercanos, pero ajenos a Chile Vamos, personas ligadas al liberalismo centrista, a la falange. Debiese apuntarse, eso sí, a una incorporación de esos sectores grupalmente, de modo que logren arraigar en una nueva alianza de fuerzas que participe de la necesidad de una integración nacional y un republicanismo consciente de la importancia de la división del poder social. Frente al nuevo polo de izquierda, es una alianza de esas características -no una parapetada en un rincón del espectro político- la que promete mayores capacidades constructivas.
Tercero, es menester encontrar un equilibrio entre personas más experimentadas y nuevos liderazgos, que, provistos de mayor cercanía con el movimiento social y estudiantil puedan interpretarlo de manera adecuada y servir de eventuales puntos de referencia a una exigible recomposición de la centroderecha en el mundo universitario.
Se da casi por hecho que el gobierno de Piñera será exitoso en materias económicas y de gestión, puesto que cuenta con una pléyade de economistas capaces e instruidos. Más difícil es prever el éxito del gobierno en la discusión y la conducción política. En este sentido se vuelve, en cuarto lugar, urgente contar desde el inicio con un equipo político de nivel, capaz de entrar de lleno en la discusión pública e imponer el ritmo de la agenda política.
Condición de lo anterior y dado el contexto ideológico y de movilización predecible para el país de los próximos años, es que el gobierno cuente con un segundo piso política y discursivamente robusto. Ahí estuvo parte de la fragilidad del primer gobierno de Piñera. Ni Bachelet ni Lagos carecieron de esta herramienta decisiva a la hora de enfrentar el desafío de dar conducción política a un país. Una centroderecha confiada en la gestión y que vuelva a confundir el discurso político de fondo con la confección de correctos borradores y minutas, muy esmeradas presentaciones y las obvias tareas comunicacionales, será la garantía segura de un fracaso político estrepitoso, del cual sólo una extraña conjunción incontrolada de astros podría salvarla. El pensamiento político -esto habría que esculpirlo en granito- es, especialmente en épocas convulsas, la guía que marca el rumbo, permite justificar las políticas públicas, darles coherencia, entrar en el debate con pertinencia, convencer y avanzar posiciones.