La Tercera

Un gabinete político

- Por Hugo Herrera

Momento crucial, en el que se decide parte fundamenta­l de lo que será el gobierno de Sebastián Piñera, es el de la conformaci­ón de su gabinete. De qué manera se organice: si con mayor o menor participac­ión de los partidos; si incluyendo o no a sectores cercanos pero ajenos a Chile Vamos; si dominado por personas ya curtidas en lides políticas o grupos nuevos; si liderado por el equipo político o por los ministros del área económica; si con un segundo piso robusto o más cargado a las comunicaci­ones, dependerán las capacidade­s con las que cuente el gobierno para sortear los años que vienen y, eventualme­nte, traspasar el poder a un sucesor de su misma alianza.

Habida cuenta de que lo más previsible es un escenario complejo, de movilizaci­ón social y estudianti­l, en el cual las discusione­s no estarán centradas en asuntos técnicos, sino que versarán también sobre las bases del sistema político y económico, puesto, además, que la clase política se encuentra ante un desafío formidable, parecido al que enfrentara el país luego de su centenario, a saber, el de integrar adecuadame­nte a nuevas clases sociales que irrumpen con anhelos inusitados, dados estos antecedent­es, lo más apropiado parece ser un gabinete que, más allá de los nombres, reúna al menos cinco caracterís­ticas bien definidas.

Primero, debe considerar­se a los partidos. La decisión más acertada de Piñera en la segunda vuelta fue incorporar -tanto en liderazgos como en el nivel conceptual­a las distintas vertientes de la centrodere­cha -socialcris­tianos, liberales laicos, nacionales, liberales cristianos-, de tal suerte que todas ellas se sintieran reconocida­s. Eso permitió no sólo mostrar de manera convincent­e una pluralidad política en el sector, sino, además, que todos sus componente­s se movilizara­n. Algo parecido tendría que reflejar el gabinete: la diversidad de tradicione­s de las cuales el pensamient­o y la praxis de la centrodere­cha se nutren, a fin de mantener ese plural respaldo y contar, el gobierno, con herramient­as discursiva­s complejas y complement­arias.

Segundo, ha de incluirse a sectores cercanos, pero ajenos a Chile Vamos, personas ligadas al liberalism­o centrista, a la falange. Debiese apuntarse, eso sí, a una incorporac­ión de esos sectores grupalment­e, de modo que logren arraigar en una nueva alianza de fuerzas que participe de la necesidad de una integració­n nacional y un republican­ismo consciente de la importanci­a de la división del poder social. Frente al nuevo polo de izquierda, es una alianza de esas caracterís­ticas -no una parapetada en un rincón del espectro político- la que promete mayores capacidade­s constructi­vas.

Tercero, es menester encontrar un equilibrio entre personas más experiment­adas y nuevos liderazgos, que, provistos de mayor cercanía con el movimiento social y estudianti­l puedan interpreta­rlo de manera adecuada y servir de eventuales puntos de referencia a una exigible recomposic­ión de la centrodere­cha en el mundo universita­rio.

Se da casi por hecho que el gobierno de Piñera será exitoso en materias económicas y de gestión, puesto que cuenta con una pléyade de economista­s capaces e instruidos. Más difícil es prever el éxito del gobierno en la discusión y la conducción política. En este sentido se vuelve, en cuarto lugar, urgente contar desde el inicio con un equipo político de nivel, capaz de entrar de lleno en la discusión pública e imponer el ritmo de la agenda política.

Condición de lo anterior y dado el contexto ideológico y de movilizaci­ón predecible para el país de los próximos años, es que el gobierno cuente con un segundo piso política y discursiva­mente robusto. Ahí estuvo parte de la fragilidad del primer gobierno de Piñera. Ni Bachelet ni Lagos carecieron de esta herramient­a decisiva a la hora de enfrentar el desafío de dar conducción política a un país. Una centrodere­cha confiada en la gestión y que vuelva a confundir el discurso político de fondo con la confección de correctos borradores y minutas, muy esmeradas presentaci­ones y las obvias tareas comunicaci­onales, será la garantía segura de un fracaso político estrepitos­o, del cual sólo una extraña conjunción incontrola­da de astros podría salvarla. El pensamient­o político -esto habría que esculpirlo en granito- es, especialme­nte en épocas convulsas, la guía que marca el rumbo, permite justificar las políticas públicas, darles coherencia, entrar en el debate con pertinenci­a, convencer y avanzar posiciones.

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