Un retrato formidable
SUSAN SONTAG APARECE INSOPORTABLE Y FABULOSA, PORQUE SE TRATA DE UN LIBRO ESCRITO DESDE EL CARIÑO Y LA ADMIRACIÓN. EN ESE EQUILIBRIO SE JUEGA SU MAESTRÍA.
La exageración de la industria editorial anglosajona en lo que a elogios se refiere produce, a estas alturas, más desconfianza que deseo. Es como si cada temporada apareciera un nuevo genio o una obra maestra. Por lo mismo, algo de aprensión me produjo la contratapa de Siempre Susan, un retrato de Susan Sontag escrito por Sigrid Nunez, una novelista que a fines de los 70 fue pareja de David Rieff, el hijo de Sontag. El libro viene con dos frases promocionales rotundas: el memorialista Edmund White dice que es el mejor texto que se ha escrito sobre la autora de Contra la interpretación (¡y vaya que se ha publicado sobre ella tras su muerte, incluyendo diarios, entrevistas y biografías). La narradora Lydia Davis, a su vez, señala tres condiciones muy poco frecuentes en un libro biográfico: la imparcialidad, el sentido del humor y la compasión.
Es difícil agregar tres atributos más precisos, y es también un enorme placer comprobar que ahora sí estamos ante un tesoro, un texto en el que Sontag es fabulosa e insoportable, magnética e impertinente, soberbia e insegura, generosa y malvada. Es un libro que además está lejos del afán “desmitificador” de muchas memorias de hoy, que creen que el valor radica en la revelación de miserias del biografiado (aquí los recuerdos de hijos y ex esposas forman un subgénero). Nunez muestra la falta de consideración de Sontag hacia los débiles, su rencor por no ser apreciada como autora de ficción, su falta de sentido del humor y, peor aún, la seriedad con que se veía a sí misma. No obstante, es innegable que el libro está escrito desde el cariño y la admiración por una ensayista que marcó la vida cultural estadounidense durante medio siglo.
De una curiosidad y energía inagotables, Sontag fue responsable de la difusión de muchos artistas europeos y latinoamericanos en EE.UU. El propio Bolaño entra al mercado norteamericano con Nocturno de Chile, que llevaba un blurb de Sontag. Pero antes, con su estilo erudito pero abierto, su tono personal pero jamás confesional, contribuyó al conocimiento de la obra de Benjamin y Barthes en la crítica, de Sebald y Kiss en la literatura, de Bresson y Fassbinder en el cine.
Sontag no tenía mayor aprecio por la prosa realista ni por el habla coloquial. Tampoco por las estampas de la vida cotidiana. Su mente era europea, y su aspiración (como lectora) era encontrar obras sublimes. Calvino, Borges o Lem eran, para ella, auténticos genios. ¿Exageraba? A veces. Verano en Baden-Baden no es una novela tan espectacular como pretende, y no creo que Sokurov o Kluge marquen un antes y un después en la historia del cine. Pero qué importa si se dejó llevar por el entusiasmo. Quien pretenda hacer crítica cultural con el canon en la cabeza no llegará a ningún lado. Porque la crítica se compone de conocimiento y perspectiva, pero también de curiosidad, nervio y erotismo. Esa es la lección imperecedera de Susan Sontag.