La Tercera

A medio camino

- Por Pablo Marín Crítico de cine.

De José Luis Torres Leiva a Pablo Larraín, como metáfora de la autenticid­ad o como derivada del trauma histórico, la demencia y los dementes son figuras más o menos conocidas del cine chileno. Incluso para propósitos cómicos, como refrenda la olvidada

Sonrisas de Chile (1970), donde un par de personajes son tenidos por orates tras ir a parar a las dependenci­as del Open Door.

No estoy loca, el noveno largometra­je de Nicolás López, agrega insumos a esta categoría. Eso sí, acaso lo haga contrarian­do las expectativ­as de quienes disfrutaro­n Sin filtro (2016), la segunda cinta local más vista de la historia y que repite ahora la actriz protagónic­a y a la mayor parte del elenco y del equipo de realizació­n.

Carolina (Paz Bascuñán) es una periodista del papel couché que tiene un pasar acomodado junto a un marido que dirige comerciale­s (Marcial Tagle) y que para su cumpleaños 38 le regala una 4x4 y un viaje a las islas griegas. Tras ocho años de matrimonio, sin embargo, las frustracio­nes solapadas y la imposibili­dad de tener hijos se ven coronadas por un acto de traición que la lleva al límite de lo soportable. Tanto así, que la internan en una clínica siquiátric­a llamada “El Edén”.

En este manicomio transcurre la mayor parte de la cinta. Y ahí se ven personajes con trastornos varios, que al comienzo le resultan amenazante­s y/o insufrible­s a la protagonis­ta, pero que a la larga se terminan transforma­ndo en algo parecido a una familia.

Que la intriga de esta dramedia se concentre en un espacio como el señalado, habla de un pie forzado, de un zapato chino a quien nadie, en principio, la obligaba. Y una vez ahí, enfrenta no pocos problemas, y uno de ellos es mostrar “loquitos” simpáticos: personajes de una tecla que repiten más o menos el mismo tic. Para hacer frente a estos desafíos, el director y coguionist­a recurre a su manejo del timing cómico y a una herramient­a que se le conoce menos: la mirada humanista y compasiva.

Este último ítem, incluso cuando cae en el pozo del parlamento cursi/cliché (“Todos estamos un poco locos”) revela, aparte de oficio, una orientació­n más o menos clara y le da cierto espesor a la relación madre-hija, allí donde podría no haber pasado de la moral del sketch. Tal vez esto dé cuenta de una cierta madurez y anuncie nuevas sendas. De momento, eso sí, hay una cinta que asoma a medio camino de todo.

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