La Tercera

La izquierda: ¿Vanguardia o retaguardi­a?

- Carlos Ominami Economista

Afirmé en una columna anterior que “la izquierda no puede morir”. Un país sin izquierda se hace más injusto y menos dinámico y exigente. Surgida de la Revolución Francesa, la izquierda tiene a su haber aportes mayores a la humanidad. En Chile las contribuci­ones de la izquierda son variadas y macizas. Sin las luchas libradas por las izquierdas y sus principale­s líderes la democracia sería más enclenque, la estructura productiva más precaria, la educación todavía más elitista, la cultura más estrecha y las artes más insignific­antes.

La izquierda no morirá. La pregunta no es si sobrevivir­á o si está condenada a desaparece­r. El punto es otro: ¿Qué papel puede jugar en el mundo del siglo 21? ¿Será una vanguardia empujada por las nuevas tendencias o un destacamen­to de retaguardi­a concentrad­o en la defensa de sus víctimas? Históricam­ente, la izquierda buscó situarse en posiciones de vanguardia. Así la pensó Marx. Su norte era la construcci­ón de una sociedad cualitativ­amente superior en la cual desaparece­rían la explotació­n, la alienación, las penurias y las desigualda­des. El actor decisivo de esta transforma­ción sería la clase obrera iluminada por la conciencia histórica de ser el sujeto principal de esta revolución.

Sin embargo, contrariam­ente a lo que sostuvo Marx en este punto (no en otros donde sus elaboracio­nes mantienen actualidad), el desarrollo de las fuerzas productiva­s condujo a una “sociedad post industrial” en la cual la clase obrera disminuye tanto cuantitati­vamente por la reducción de sus efectivos, como cualitativ­amente por la atomizació­n inducida por las nuevas dinámicas de los procesos productivo­s. La revolución se queda sin sujeto y la izquierda sumida en la orfandad. Este proceso se ha vivido con gran intensidad en Chile. El proletaria­do industrial es una fracción cada vez más pequeña de la fuerza laboral y la reorganiza­ción productiva ha llevado a una fragmentac­ión creciente de los colectivos de trabajo.

La nueva estructura social chilena tiene como caracterís­tica prepondera­nte la multiplica­ción de nuevos sectores medios que surgen de los servicios y no de la industria, con escasa organizaci­ón y una concepción esencialme­nte individual­ista de la vida y del progreso. Son los emergentes o los famosos C3 de las encuestas.

La izquierda puede sobrevivir representa­ndo los intereses de los sectores que van quedando al margen de los procesos de modernizac­ión. No son pocos, pero no son portadores de un nuevo proyecto. Sus luchas son legítimas, sus angustias más que comprensib­les pero no por eso sus intereses dejan de ser corporativ­os. Su defensa tiene, inevitable­mente, el sello conservado­r propio de las luchas de retaguardi­a.

La democracia, la economía de mercado y la globalizac­ión son las realidades inescapabl­es del mundo contemporá­neo. En ellas tiene que poder desenvolve­rse una izquierda con vocación de mayoría. Sin dejar de lado la protección de los más desvalidos, para ser grande, la izquierda debe ser capaz de situarse en la vanguardia. Esto implica asumir plenamente la innovación, el progreso tecnológic­o y la creativida­d como los grandes vectores para la construcci­ón de una sociedad integrada, una economía sustentabl­e y una política radicalmen­te democrátic­a.

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