RENUNCIAS A LA DEMOCRACIA CRISTIANA
SEÑOR DIRECTOR
La renuncia de Mariana Aylwin y otros destacados militantes de la Democracia Cristiana es una noticia dolorosa no solo para quienes hemos entregado toda una vida a la colectividad y a sus principios fundacionales, sino para el país entero. La DC es parte de la historia política de Chile desde la segunda mitad del siglo XX y por sus filas han pasado intelectuales, profesionales, técnicos, emprendedores, representantes del mundo sindical y de la cultura; en fin, hombres y mujeres de bien, que desde distintos ámbitos han contribuido al desarrollo de nuestra patria.
En lo personal, y comprendiendo los sentimientos que condujeron a estos camaradas a tomar tal determinación, no la comparto, pues soy un convencido de que el camino para corregir los errores es trabajar desde adentro, planteando propuestas, debatiendo internamente las ideas y resolviendo los problemas en conjunto.
Sin embargo, defiendo con fuerza el derecho de cualquier militante a discrepar y a opinar libremente -siempre en un marco de diálogo y respeto-, aun cuando quien difiera de su punto de vista ostente un alto cargo. En ninguna organización, y menos en una sociedad democrática, el disenso puede ser causal de enjuiciamiento, sanción ni descalificación. Los chilenos lo sabemos y no queremos volver a ello.
Tal como lo dije hace unos días en una carta pública, la DC es un partido esencialmente democrático, donde la diversidad de opiniones debe ser considerada un valor y donde no puede pretenderse que las diferencias sean dirimidas en instancias disciplinarias. Lo contrario es caer en prácticas autoritarias que distan enormemente del legado que nos dejaron figuras como Eduardo Frei Montalva, Bernardo Leighton, Gabriel Valdés o Patricio Aylwin.
Hago un llamado a los democratacristianos y a todos los chilenos, a reafirmar su compromiso con la dignidad de las personas, exigiendo el respeto irrestricto a todos sus derechos y trabajando unidos en la construcción de nuestro futuro.
Andrés Zaldívar Larraín