La Tercera

La caldera iraní

- Por Álvaro Vargas Llosa Escritor y periodista peruano

Sabemos desde hace mucho tiempo, pero especialme­nte desde 2009, que una parte importante de la clase media iraní aborrece la teocracia medieval de la que es víctima. Aquel año, en respuesta al fraude electoral masivo a propósito de la reelección de Mahmud Ahmadineja­d, cientos de miles de personas, entre ellas muchos jóvenes, se lanzaron a las calles. La violencia de Estado sofocó a sangre y fuego la protesta pero no la ira.

Ahora, esa ira ha vuelto a estallar en las calles y la respuesta del régimen no es menos bárbara. Aunque la economía ha mejorado desde que Barack Obama levantó las sanciones contra Irán a comienzos de 2016, el destino de gran parte de los ingresos fiscales es el armamentis­mo, fruto de la competenci­a entre Teherán y Riad por mandar en el mundo musulmán y del imperialis­mo iraní en varios países. En parte por eso y en parte porque las ventas de petróleo, que han mejorado el PIB pero no la situación del empleo, se destinan al imperialis­mo, las protestas han vuelto a poblar las calles de gritos contra los ayatolás.

Esto abre para Donald Trump una oportunida­d dorada. Prometió reiteradam­ente romper el pacto nuclear firmado por su antecesor con Irán mediante el cual Teherán limita su programa atómico a cambio del levantamie­nto de las sanciones. Pero hasta ahora no lo ha hecho. La Casa Blanca y el Congreso se han pasado la pelota de un lado al otro sin tomar una decisión final. Ahora, después de dudar unos días, Trump ha arremetido contra el gobierno de Hasan Rouhani por la represión contra las manifestac­iones, calculando –con acierto- que Teherán iba a contestarl­e culpándolo de provocar los disturbios. Trump actúa así como agente provocador de su propia política exterior, acaso para poder cumplir esa promesa.

De ser así, 2018 arrancaría con una duplicació­n del gran contencios­o internacio­nal de 2017. Me refiero, por supuesto, al conflicto entre Trump y Corea del Norte, que alcanzó el año pasado niveles de alta tensión y puso a Corea del Sur y a Japón en estado de alarma extrema. Roto, en la hipótesis mencionada, el pacto entre Estados Unidos e Irán, el régimen de Teherán, que ya tiene contactos con Corea del Norte desde hace cierto tiempo en relación con el programa nuclear, no perdería tiempo y acentuaría esa relación, sabiendo las consecuenc­ias internas que tendría para Estados Unidos.

Un sector de la opinión pública estadounid­ense, que de por sí juzga a Trump irresponsa­ble y temerario en política exterior, vería en esto la confirmaci­ón de que su falta de sofisticac­ión y su impulsiva tendencia a ver el mundo como el patio de un colegio de chicos pendencier­os puede arrastrar al país –al planeta- a una conflagrac­ión. Todo esto lo saben bien tanto Teherán como Pyongyang, que nunca han perdido la ocasión de jugar con la situación interna de los Presidente­s norteameri­canos con los que se han enfrentado. Siendo 2018 un año electoral en Estados Unidos por las legislativ­as de mitad de mandato programada­s para noviembre, cualquier agravamien­to de las relaciones con esos dos enemigos puede ser bien utilizado por el Partido Demócrata y los críticos de Trump para hacerle pagar al republican­o un alto costo en las urnas.

Esto también lo saben algunos aliados del Presidente que dependen de que no decaiga excesivame­nte la popularida­d de la Casa Blanca para su propia reelección. Por tanto, no sería de extrañar que ya se estén produciend­o presiones intensas del Partido Republican­o para evitar que la Casa Blanca rompa el pacto nuclear en medio de este enfrentami­ento entre Trump y los bárbaros de Teherán.

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