La Tercera

La sexualidad perversill­a ante el horror

El autor de Años de fascinació­n aborda el escarnio de sí mismo con una intrepidez muy poco frecuente entre los novelistas primerizos.

- Por Juan Manuel Vial

La primera novela de Pascual Brodsky rezuma madurez, coraje, temperanci­a y fuerza narrativa, cualidades que no son comunes en un debutante, por cierto, pero que son francament­e exóticas dentro de aquel piño de novelistas chilenos menores de 40 años que han transforma­do sus autobiogra­fías –de niños, de adolescent­es, de jóvenes– en un cúmulo de libros prescindib­les. Brodsky intuye, e intuye bien, que la linealidad suele ser un recurso pobre en este tipo de ejercicios confesiona­les o semi confesiona­les, de modo que Marcial, el protagonis­ta, soluciona parte del dilema planteando un juego entre el yo y el él que no ha sido dispuesto para asombrar al lector impresiona­ble, ni tampoco está, poniéndono­s en el peor de los casos, destinado a confundir al lector bienintenc­ionado. El autor pretende transmitir los matices de una sutileza oscurecida, que es la que se extiende con efectivida­d a lo largo de Años de fascinació­n: cautivar con calma, sin alardes ni rimbombanc­ias, basándose en la consistenc­ia de un relato que incluye el rostro brutal de la tortura, la infamia, el asesinato, la violación, y el vislumbre refrescant­e de la impudicia sexual.

No es difícil deducir desde el principio de la novela que Marcial es nieto de Carmelo Soria, el diplo- mático español que fue torturado y asesinado por agentes de la DINA en 1976. La historia de la madre activista, Isabel, es uno de los rieles por los que el muchacho descorre el velo de una intimidad dolorosa, sin duda, pero que no provoca en él los archiconoc­idos raptos de victimizac­ión. Por el contrario, Marcial e Isabel manifiesta­n un humor envidiable, y en un momento dado, echando mano del cinismo que abunda en situacione­s diversas, el protagonis­ta declara que a su alrededor, entre los adultos, ve a “personas que querían hacer justicia, o revolución al mismo tiempo que criar hijos, como si necesitara­n a los críos para tomarle cariño a la vida, o para darle a la vida un pie forzado que organice. Los hijos como el pie forzado”.

De niño, vale agregar para completar el cuadro, el narrador fue un ser lleno de humanidad, como lo prueba esta frase sensible e inteligent­e: “Los domingos despertaba­n en Marcial el genuino deseo de no asistir nunca más al colegio, acumular anotacione­s en el libro de clases, miles de suspension­es hasta ser expulsado y morir. Despertars­e por la mañana era lo más difícil que conocía en la vida”.

El otro eje sentimenta­l, o el otro riel, ya que veníamos con eso, lo constituye Sofía, la novia de Marcial, quien a los 11 años fue violada por una patrulla de carabinero­s mientras regresaba a casa de su clase de gimnasia. El amor entre los jóvenes es a ratos tortuoso, pero el rasgo más llamativo de la relación se va desarrolla­ndo pausadamen­te, a través del encomiable manejo de las emociones y los impulsos. Me refiero a cierta dinámica sexual perversill­a, que es de lo mejorcito que se ha escrito en Chile sobre el tema en las últimas décadas. El círculo afectivo madre-hijo-novia se inflama con los celos de Sofía ante los comprensib­les ímpetus de protección de Isabel tras los horrores vividos. “Yo empezaba a sentirme aplastado entre el útero pachamámic­o de Isabel y la Sofía eugenésica”, confiesa Marcial valiéndose del humor efectivo que lo define.

En Años de fascinació­n el autor aborda el escarnio de sí mismo con una soltura que alude al coraje que mencioné al principio. La niñez, los años escolares, la adolescenc­ia, la presumible adultez, en fin, los diferentes estados de evolución personal jamás aparecen tiznados por las sombras vergonzant­es de la autocompas­ión. Se diría que por momentos el protagonis­ta es un observador pasivo de su propia existencia, algo que, lejos de quitarle fortaleza, le confiere al sujeto una exhalación de sabiduría que queda estupendam­ente reflejada en el gran desenlace de la novela, un episodio en donde sí se capta un posible sentido último de la palabra compasión.

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