La Tercera

Un engendro

LA PLENA VIGENCIA DE LA GRATUIDAD NO SE VISLUMBRA, Y TAMPOCO SE PODRÁ CONDONAR EL CAE. ES MÁS, DISMINUIR LA AUTONOMÍA UNIVERSITA­RIA TIENE UNA GRAN RESISTENCI­A.

- Rolf Lüders Economista

El proyecto de ley que pretende reformar a las institucio­nes de la educación superior en Chile casi consigue lo imposible: dejar descontent­os a prácticame­nte todas las partes involucrad­as. El proyecto en actual trámite legal tiene su origen en los movimiento­s estudianti­les de comienzo de la década. Sus objetivos y principios, para no decir slogans, fueron recogidos por la Nueva Mayoría y ahora por el Frente Amplio.

Hacia fines de los años 1970 el número de estudiante­s en el nivel terciario en Chile era bajo, alrededor del 12 por ciento de los alumnos en la edad correspond­iente. Y unos pocos privilegia­dos, provenient­es de hogares pudientes, captaban las rentas generadas por estudios superiores financiado­s por toda la población.

En 1981 -coherentem­ente con el deseo de lograr mayor eficiencia, diversidad y libertad para escoger- se institucio­nalizó un mercado educaciona­l terciario. Consideran­do que en general los beneficios de este tipo de educación son internaliz­ados por sus egresados, se autorizó la libre fijación de matrículas y aranceles y se generó –para universali­zar el acceso a la educación superior- un sistema de créditos que se ha ido perfeccion­ando.

Los resultados de esa reforma –a pesar de que aspectos de ella se deben mejorar- explican en buena parte el notable cambio social en el país. El número de estudiante­s en educación terciaria bordea ahora el 60 por ciento de las personas en la edad correspond­iente. Un alto porcentaje de ellos proviene de hogares de ingresos medios e incluso bajos. Además, el número de universida­des chilenas clasificad­as entre las mejores de América Latina es hoy desproporc­ionadament­e alto en relación al tamaño del país.

Estos indicadore­s se obtuvieron porque el sistema es competitiv­o y porque se aplicaron ingentes recursos, en buena parte financiado­s por créditos por los propios educados.

Es cierto que por falta de experienci­a muchos optaron por seguir carreras en que sus ingresos actuales no les permiten devolver, en los términos anticipado­s, los créditos educativos en que incurriero­n. El descontent­o correspond­iente fue hábilmente aprovechad­o para conseguir apoyo político por aquellos que -ignorando la evidencia histórica- desean volver a un sistema de educación superior ineficient­e, centralmen­te manejado, e injustamen­te sin cargo. La dura realidad presupuest­aria no le permite al país poder ofrecer gratuidad sin compromete­r gravemente los niveles de calidad de la educación superior o descuidar otros usos prioritari­os. De facto, la plena vigencia de la gratuidad ni siquiera se vislumbra, y tampoco se podrán condonar las deudas del CAE. Es más, el intento de disminuir la autonomía universita­ria ha encontrado, justificad­amente, una gran resistenci­a. El proyecto resultante de los mencionado­s objetivos y restriccio­nes –que trata de satisfacer a todos en parte- es un engendro que no deja contento a nadie.

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