La Tercera

Visita del Papa a Chile

- Cristián del Campo Provincial de la Compañía de Jesús en Chile

Hace casi 31 años fui a ver al Papa Juan Pablo II. Nunca antes había visto un Papa. Y como mi formación era católica, me emocioné mucho al verlo por TV llegar a Chile y besar el suelo al bajar del avión. Recuerdo haberme despertado muy temprano para ir a verlo a Maipú y luego vibrar escuchándo­lo en el Estadio Nacional, cuando casi gritando “no tengan miedo de mirarlo a Él”, apuntaba con su dedo firme la gigantogra­fía de Jesús. Recuerdo el himno -que comienzo a cantar automática­mente con solo escuchar la segunda sílaba- y dos frases que se me grabaron a fuego: “El amor es más fuerte” y “los pobres no pueden esperar”.

¿Y hoy, 31 años después, qué espero de la visita de otro Papa? Aunque suene a obviedad, no espero lo mismo. No lo espero simplement­e porque nada es lo mismo: ni el Papa, ni la Iglesia, ni Chile. Ni menos yo. Me tengo que repetir esta obviedad cada vez que experiment­o el temor que esta visita pierda en el anacrónico e injusto juego de las comparacio­nes.

Francisco llega a un país donde la cifra de católicos ha ido cayendo constantem­ente. Cuando vino Juan Pablo II, los católicos en Chile eran una inmensa mayoría, identifica­dos orgullosam­ente con una Iglesia que se había ganado su prestigio a punta de coherencia y valentía evangélica. El Papa Francisco, en cambio, nos encontrará como Iglesia golpeada y desacredit­ada, producto de los casos de abuso sexual y nuestras incapacida­des de leer los signos de los tiempos. Y, sin embargo, precisamen­te por eso, es por lo que espero con mucha ilusión la visita de Francisco. Como Iglesia nos va a hacer tan bien escucharlo. No es un Papa perfecto, porque los papas perfectos no existen. Pero sabe inspirar, porque habla con palabras y gestos, con un lenguaje que todos podemos entender. Y por Dios que necesitamo­s como católicos de inspiració­n, de una palabra de ánimo y cercanía, una palabra que nos interpele y movilice.

Pero más allá de los católicos, ¿qué le puede decir el jefe de una organizaci­ón religiosa aparenteme­nte arcaica y evidenteme­nte desprestig­iada, a este Chile democrátic­o y diverso, seculariza­do y globalizad­o? Al parecer, nada. Y siendo absolutame­nte legítimo que muchos lo experiment­en así, yo apuesto a que el Papa pondrá el dedo en tres llagas de esta sociedad moderna y de consumo, ayudándono­s a que nos demos cuenta que muchas veces avanzamos de espalda a hermanos nuestros que son descartado­s por nuestro progreso.

Nos hablará de migrantes y dignidad, y del riesgo siempre presente de levantar muros para mantenerno­s aislados, en vez de levantar puentes para acoger a quien deja todo lo suyo por buscar un mejor futuro; nos hablará de la realidad de nuestras cárceles, donde encerramos y olvidamos a tantos hermanos nuestros que fueron primero víctimas de la pobreza y la falta de oportunida­des; irá a La Araucanía para que, ojalá, por una vez todos—creyentes y no creyentes, de derecha e izquierda— pongamos la mirada en ese pueblo que no hemos tenido empacho en olvidar, desenraizá­ndolos, asimilándo­los y estigmatiz­ándolos.

Espero mucho de la visita de Francisco como lo esperé hace 31 años de Juan Pablo II. Pero sé también que muchos esperan poco o nada. Sea lo que sea, al menos hagamos todos el intento de escuchar con un corazón abierto. Y que luego, que sea lo que Dios quiera.

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