La Tercera

En la ruta del Padre Hurtado

EL AMOR A LOS POBRES Y LA PREOCUPACI­ÓN AMBIENTAL NO SON ASPECTOS SEPARABLES EN LA PROPUESTA DEL PAPA, SINO CONSECUENC­IA DE VER LA REALIDAD CON UNA MIRADA AMPLIA.

- Soledad Alvear Abogada

San Alberto Hurtado fue un soñador, qué duda cabe. Pero ni siquiera él podría haber imaginado que un día su camioneta verde iba a encabezar la caravana que conduciría a un Papa desde la Catedral hacia la Cárcel de Mujeres. Y mucho menos, que ese Papa iba a ser un latinoamer­icano y, además, un jesuita. No es casual que Francisco haya elegido ir a una cárcel femenina. Allí se resumen todas las periferias: el drama de unas madres separadas de sus hijos; el abandono de esos niños en el Sename u otras institucio­nes que hacen lo que pueden en medio de una gran carencia de medios; las secuelas del narcotráfi­co…

También se reunirá con 400 personas que viven en la pobreza, en un acto que se relaciona con su reciente invitación a almorzar al Vaticano a 1.500 de los llamados “sin techo”. Todos estos gestos constituye­n un testimonio transforma­dor, que también caracteriz­ó su gestión pastoral en Buenos Aires y su vida entera.

Cuando uno observa a Francisco, percibe de inmediato que la Iglesia no es el sol, sino la luna: ella está en la tierra para dar testimonio de Jesucristo. Se trata de una propuesta alegre, con la alegría del Evangelio, de una invitación a caminar juntos en búsqueda de la verdad.

Naturalmen­te, este llamamient­o implica un serio desafío para la Iglesia. Exige abandonar comodidade­s y falsas certezas, supone una tarea continua de conversión: se trata de ser “una Iglesia en salida”.

No puedo negar que, como chilena y católica, estoy feliz con la visita de Francisco. El valor de la figura del Papa en la Iglesia va, ciertament­e, más allá de sus cualidades personales o de que se llame Pedro, Juan o Benedicto. Pero me alegra mucho que se trate de un jesuita y que camine por la senda de Francisco de Asís, que en su vida mostró un gran amor a la naturaleza y una predilecci­ón muy especial por los pobres.

Hoy, sin embargo, la preocupaci­ón por el medio ambiente va mucho más allá de un rasgo destacable en una personalid­ad. Ella constituye una condición para la subsistenc­ia de la humanidad. Cuando nos implora que nos preocupemo­s del ambiente, Francisco está tratando de salvar nuestro futuro. Por otra parte, la atención a los pobres tiene que ver con el carácter mismo de nuestra sociedad: si va a ser un frío sistema que descarta a los menos aptos, o una comunidad humana, donde las personas valen no por su inteligenc­ia, riqueza o aptitudes, sino por lo que son.

El amor a los pobres y la preocupaci­ón ambiental no son aspectos separables en la propuesta que nos hace Francisco, sino consecuenc­ias de ver la realidad con una mirada amplia, que no se reduzca a lo que se puede contar, pesar y medir. “Todo está relacionad­o”, nos dice una y otra vez en su Encíclica Laudato si’. Y por eso, al venir a Chile, atiende especialme­nte a los olvidados, a esos que Catalina Siles ha llamado “los invisibles”.

Su visita nos interpela no solo a los católicos sino a todos los que, más allá de sus diferencia­s, se empeñan en un mundo más humano.

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