Visita papal
BERGOGLIO NO ES UN PRÍNCIPE DE LA IGLESIA, COMO LO FUERA PACELLI, Y SU CARISMA NO ALCANZA AL DE WOJTYLA. QUIZÁS LO PROPIAMENTE SUYO ES SER LATINOAMERICANO, CON TODO LO QUE ESO SUPONE.
Cuesta sopesar cuán significativa va a ser la visita del Papa Francisco a Chile con el tiempo. Se ha insistido en que no sería equivalente a la de Juan Pablo II en 1987. Obvio que no, aunque lo que la haría distinto vendría a ser la crítica situación de la Iglesia chilena en la actualidad. Las objeciones más fuertes al Papa y la jerarquía local, por cómo se han tratado las denuncias de abusos de sacerdotes, en plena gira incluso, han provenido de sectores católicos; el provincial de los jesuitas atreviéndose a ventear públicamente graves reparos contra un obispo, nada menos. Así de tenso.
Si es más, la prensa ha hecho hincapié en que menos de un 50% de la población chilena sería católica (entre los porcentajes más bajos de América Latina). Lo cual explicaría por qué el entusiasmo habría sido menor de lo esperado, estando por verse si, a la larga, se va a revertir la tendencia hacia un mundo más secular. La visita habría que entenderla, pues, en clave interna a la Iglesia, hasta el arzobispo de Santiago debiendo reconocer el manso jaleo, aunque extrañamente estimando la situación una “bendición”.
Nunca una visita papal es estrictamente de Estado; son múltiples los roles de los sumos pontífices, en tanto jefes de Estado y líderes espirituales de una iglesia universal. Sin embargo, una gira como la de Francisco no se equipara a la reciente de Macron a China. Ahí, uno tiene la sensación de que la visita apuntaría a establecer relaciones y alianzas de Estado muy especiales y de muy diverso tipo. No en nuestro caso. El regalo que obsequiara Macron a Xi Jinping (un magnífico caballo con nombre tan á propos como Vesuvius) lo dice todo. No, lo de Francisco calza mejor con el modelo de peregrinaje, el del pastor tratando apenas de reunir a su rebaño disperso y recomponer lazos de fidelidad dañados.
Las particularidades de Francisco mismo sin duda que inciden. Bergoglio no es un príncipe de la Iglesia como lo fuera Pacelli, carece de las dotes diplomáticas de Roncalli y de Montini, su carisma no alcanza al de Wojtyla, y no tiene el peso intelectual de Ratzinger. Quizá lo propiamente suyo es ser latinoamericano con todo lo que eso supone en nuestros días: resentimiento en contra de imperialismos foráneos (hoy por hoy, el neoliberalismo globalizado), la sensación de que debemos hacernos cargo de una sociedad de masas pero sin saber qué hacer más allá de convocar a medio mundo a una procesión, y cierto ideologismo populista básico (por eso la afinidad de Francisco con Bachelet, los Castro o Evo Morales, y la franca incomodidad para con Piñera y Macri).
Martín Caparrós, quien ha subrayado el peronismo en Francisco, señala un punto significativo: que la Iglesia de Roma todavía mantiene su poder porque consigue convencer al mundo de que tiene poder. No quedó muy claro esto último con la visita.