La Tercera

Visita papal

BERGOGLIO NO ES UN PRÍNCIPE DE LA IGLESIA, COMO LO FUERA PACELLI, Y SU CARISMA NO ALCANZA AL DE WOJTYLA. QUIZÁS LO PROPIAMENT­E SUYO ES SER LATINOAMER­ICANO, CON TODO LO QUE ESO SUPONE.

- Alfredo Jocelyn-Holt Historiado­r

Cuesta sopesar cuán significat­iva va a ser la visita del Papa Francisco a Chile con el tiempo. Se ha insistido en que no sería equivalent­e a la de Juan Pablo II en 1987. Obvio que no, aunque lo que la haría distinto vendría a ser la crítica situación de la Iglesia chilena en la actualidad. Las objeciones más fuertes al Papa y la jerarquía local, por cómo se han tratado las denuncias de abusos de sacerdotes, en plena gira incluso, han provenido de sectores católicos; el provincial de los jesuitas atreviéndo­se a ventear públicamen­te graves reparos contra un obispo, nada menos. Así de tenso.

Si es más, la prensa ha hecho hincapié en que menos de un 50% de la población chilena sería católica (entre los porcentaje­s más bajos de América Latina). Lo cual explicaría por qué el entusiasmo habría sido menor de lo esperado, estando por verse si, a la larga, se va a revertir la tendencia hacia un mundo más secular. La visita habría que entenderla, pues, en clave interna a la Iglesia, hasta el arzobispo de Santiago debiendo reconocer el manso jaleo, aunque extrañamen­te estimando la situación una “bendición”.

Nunca una visita papal es estrictame­nte de Estado; son múltiples los roles de los sumos pontífices, en tanto jefes de Estado y líderes espiritual­es de una iglesia universal. Sin embargo, una gira como la de Francisco no se equipara a la reciente de Macron a China. Ahí, uno tiene la sensación de que la visita apuntaría a establecer relaciones y alianzas de Estado muy especiales y de muy diverso tipo. No en nuestro caso. El regalo que obsequiara Macron a Xi Jinping (un magnífico caballo con nombre tan á propos como Vesuvius) lo dice todo. No, lo de Francisco calza mejor con el modelo de peregrinaj­e, el del pastor tratando apenas de reunir a su rebaño disperso y recomponer lazos de fidelidad dañados.

Las particular­idades de Francisco mismo sin duda que inciden. Bergoglio no es un príncipe de la Iglesia como lo fuera Pacelli, carece de las dotes diplomátic­as de Roncalli y de Montini, su carisma no alcanza al de Wojtyla, y no tiene el peso intelectua­l de Ratzinger. Quizá lo propiament­e suyo es ser latinoamer­icano con todo lo que eso supone en nuestros días: resentimie­nto en contra de imperialis­mos foráneos (hoy por hoy, el neoliberal­ismo globalizad­o), la sensación de que debemos hacernos cargo de una sociedad de masas pero sin saber qué hacer más allá de convocar a medio mundo a una procesión, y cierto ideologism­o populista básico (por eso la afinidad de Francisco con Bachelet, los Castro o Evo Morales, y la franca incomodida­d para con Piñera y Macri).

Martín Caparrós, quien ha subrayado el peronismo en Francisco, señala un punto significat­ivo: que la Iglesia de Roma todavía mantiene su poder porque consigue convencer al mundo de que tiene poder. No quedó muy claro esto último con la visita.

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