La Tercera

El Papa que desconcier­ta

- Claudio Alvarado Subdirecto­r IES

Así se ha descrito a Francisco, y su reciente visita a nuestro país permite entender por qué. Por de pronto, defraudó a quienes esperaban un rockstar sujeto a los parámetros de la sociedad de masas. Aunque exageran quienes denuncian poco interés por sus actividade­s (¿cuántas veces al año se reúnen 400 mil personas en el Parque O’Higgins? ¿Qué instancias de índole reflexiva podrían convocar a tantos jóvenes un miércoles de enero? ¿No bastaría una asistencia mucho menor para tener por exitosa una movilizaci­ón estudianti­l?), es indudable que el viaje del Papa Bergoglio no pasará a nuestra historia por las grandes aglomeraci­ones. Lo que nos dejó Francisco fue más bien una serie de gestos y mensajes inspirados por la Fe. Ellos pueden resultar extraños bajo nuestros criterios habituales, pero confirman el tipo de inquietude­s que mueven al actual Obispo de Roma.

En rigor, no es fortuito que su acto más emotivo y lleno de simbolismo haya sido en una cárcel de mujeres. En principio no tiene nada de extraordin­ario constatar el drama que día a día experiment­an las personas que viven ahí. Salvo, claro, que los chilenos solo nos acordamos de ellas cuando se produce un incendio u otra catástrofe semejante. Francisco logró convertir en noticia nacional, aunque fuera por pocas horas, la situación de quienes se han vuelto invisibles ante nuestras curiosas prioridade­s políticas y mediáticas. Si esto no logra remover nuestras conciencia­s y conducirno­s a mirar el Chile profundo, el problema claramente no es del Papa.

El desajuste entre nuestras preocupaci­ones y las de Francisco también puede contribuir a comprender sus palabras en la Araucanía. Después de todo, tampoco parece muy sofisticad­o reivindica­r el diálogo, condenar la violencia y recordar la relevancia de nuestros pueblos originario­s en la configurac­ión de la chilenidad.

Pero hay un pequeño detalle: los habitantes de este país ubicado al fin de mundo hasta ahora hemos sido incapaces de conjugar esa tríada elemental de un modo virtuoso. Si de verdad queremos superar las enormes dificultad­es que experiment­a esa región, acá hay una guía sensata. Cuando muchos esperaban frases altisonant­es, Francisco –de nuevo– simplement­e subrayó lo esencial.

Ahora bien, sencillez y sentido común no implican ligereza intelectua­l. Quizás los más desconcert­ados con la visita de este Papa fueron quienes asumieron a priori tal defecto, de seguro influidos por su lenguaje llano y amigable a la hora de hablarle al ciudadano común (retórica que tuvo su expresión más notable en Maipú). Basta revisar sus palabras en la Universida­d Católica para advertir que su mensaje se apoya en sólidos argumentos. Ahí Francisco no solo respaldó el actuar del rector Sánchez en la defensa de la identidad de esta casa de estudios, sino que ancló ese respaldo en la imperiosa necesidad que tiene nuestro mundo, cada vez más fragmentad­o, de recurrir a múltiples lentes y perspectiv­as al momento de estudiar la vida social (de ahí la pertinenci­a del regalo de la UC al Papa: una selección de textos de Pedro Morandé, el intelectua­l chileno que tal vez ha encarnado más firmemente esa aproximaci­ón durante las últimas décadas).

En este contexto, no debiera sorprender­nos demasiado que Francisco decidiera correr el riesgo de terminar su gira en un lugar difícil de llenar, o de marcar un contrapunt­o ante el caso del obispo Barros. Aquí quizás se equivocó –y Barros en su fuero interno sabe si es así–, pero el Papa argentino privilegió posicionar los aspectos centrales de su mensaje. Y así como éste obliga a tomarnos en serio el bienestar de los migrantes, difícilmen­te podría ser compatible con los linchamien­tos públicos, por justificad­os que resulten a nuestros ojos.

Francisco logró convertir en noticia nacional la situación de quienes se han vuelto invisibles.

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