La Tercera

SOBREDOSIS

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El gabinete nombrado ayer es la primera señal concreta que ofrece el Presidente sobre el rumbo que quiere imprimirle a su segunda administra­ción, y se trata de una señal tan clara como inquietant­e. En efecto, Sebastián Piñera sigue convencido de que la mejor vía para resolver nuestros problemas es más Sebastián Piñera y, por eso, privilegió la cercanía personal antes que cualquier otra considerac­ión. El diseño del equipo político no permite ninguna duda, pues allí no entra nadie que no pertenez- ca al círculo más estrecho. Como si esto fuera poco, el Presidente se da el lujo de repetir a dos de sus miembros. El diagnóstic­o implícito es que ese equipo lo hizo muy bien, y que el país no ha cambiado nada en lo sustantivo. No es seguro que el innegable talento de Gonzalo Blumel sea suficiente para revertir la sensación de déjà vu.

Algo parecido puede decirse del equipo económico, compuesto por Felipe Larraín y José Ramón Valente, secundados por Juan Andrés Fontaine en OOPP. Estos nombres no encarnan ninguna audacia ni novedad, y son la mera confirmaci­ón de que la derecha volverá a hacer lo mismo que ya hizo antes. Por otro lado, el ingreso de Alfredo Moreno ratifica que la actual oposición no ve nada de malo en circular entre el sector privado y el público, como si la política no fuera una vocación, sino una actividad de entrada y salida. La lista sigue: el nombramien­to de Ampuero en cancillerí­a implica desperdici­ar (nuevamente) una excelente vitrina de proyección, sin lograr ganancias muy visibles. Con todo, el caso más enigmático es el de Educación. Todo lo anterior podría haber sido comprensib­le si aquí el Presidente hubiera dado con un perfil adecuado. No obstante, en un área ultrasensi­ble, el primer mandatario se inclina por un abogado experto en fusiones, defensor estricto de la ortodoxia económica, y que no ha titubeado en comparar a Carlos Alberto Délano con Gabriela Mistral (sí, tal como lo leyó… y, sí, es ministro de Educación). Aunque cabe darle el beneficio de la duda, cuesta imaginar una figura menos apropiada para ejercer la difícil tarea de mediar en-

tre tantas visiones e intereses contrapues­tos.

En suma, este gabinete tiene los mismos fundamento­s que el equipo presentado hace ocho años, y todos sabemos que las mismas causas suelen producir los mismos efectos. Sebastián Piñera sigue siendo idéntico a sí mismo, y por eso relegó a las figuras más directamen­te políticas (Larraín, Espina, los Monckeberg) a tareas estrictame­nte sectoriale­s, como tejiendo alrededor de ellos una especie de cordón sanitario. Este diseño sigue confiando en que una paleta limitada de herramient­as y talentos (buena gestión, ortodoxia económica y cercanía con el Presidente) es suficiente para enfrentar los desafíos que plantea el Chile actual. Se prescinde así de cualquier visión un poco más compleja, susceptibl­e de incorporar elementos y fenómenos que a la derecha le cuesta tanto percibir. Dicho de otro modo, no hay en este gabinete un remedio a los puntos ciegos de Sebastián Piñera, sino una suerte de réplica de sus propias virtudes y falencias. Los dioses ciegan a quienes quieren perder.

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Por Daniel Mansuy Profesor de Filosofía Política

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