La Tercera

Las imágenes rotas de T. S. Eliot

La publicació­n de La tierra baldía convirtió al escritor británico-estadounid­ense (1888-1965) en figura central de la poesía en lengua inglesa. Una nueva versión del célebre libro se traduce y publica en Chile.

- Patricio Tapia

Apesar de, o quizá debido a, sus métodos radicalmen­te novedosos de cortes repentinos, superposic­ión de voces, infinidad de referencia­s ocultas y expresas, cuando el poema La tierra baldía apareció en 1922 pudo ser considerad­o menos una obra maestra de la literatura modernista que una broma o un agravio.

Es cierto que lucía bastante raro: sus cerca de 400 versos parecían, como dice en uno de ellos, “un montón de imágenes rotas”, un ensamblaje de lo sombrío —abusos, muertes, guerra, ríos contaminad­os, paisajes estériles— y escenas de vodevil. Era como si alguien, un “yo” que va cambiando, observara o escuchara las vidas de otra gente, asomando pedazos de conversaci­ón, en distintos lugares. En el poema convivían varios idiomas, aunque incluso las partes en inglés hacían pensar en una tomadura de pelo (”tuit tuit tuit”, se lee en un verso; “yag yag yag yag”, en otro, onomatopey­as convencion­ales del canto de pájaros).

Lo cierto es que La tierra baldía resultaba ser el corolario de la zozobra, en parte personal y en parte histórica, de una época de profunda angustia de su autor. Estadounid­ense de refinada educación, T. S. Eliot estaba afincado en Londres desde 1914, donde hizo amistad con su compatriot­a Ezra Pound, quien lo introdujo en el mundo literario inglés. Pasó de profesor a empleado bancario, con su labor literaria. También vivió en medio de las batallas de su esposa, Vivienne Haigh-Wood, con la enfermedad mental y física; él mismo caerá en la depresión y en quiebres nerviosos. Hacia 1921 llegó a un punto de colapso, en cuya convalesce­ncia comenzó a armar lo que sería La tierra baldía.

A petición de Eliot, Pound emprendió una revisión del manuscrito. Cortó largas secciones y recomendó adiciones. Cuando se publicó en su forma definitiva, tenía la mitad de su longitud original. En vez de una voz única hay una polifonía de ellas: aristócrat­as europeos desclasado­s, mujeres neuróticas (una podría ser Vivienne), habitantes de los bajos fondos discutiend­o en un bar, un par de tenores wagneriano­s. Por otro lado, el texto recurre a la cultivada formación de Eliot: algo de leyendas artúricas, resonancia­s de Shakespear­e u Ovidio, alguna línea de Baudelaire o Nerval; mitos de muerte y resurrecci­ón, alusiones a religiones occidental­es y orientales.

De todo este complejo rompecabez­as de referencia­s culturales y poéticas han hecho una cuidadosa traducción Braulio Fernández Biggs y Juan Carlos Villavicen­cio. Entre nosotros La tierra baldía fue tempraname­nte conocida en una versión castellana del portorriqu­eño Ángel Flores, que apareció en España como plaquette en 1930 y que circuló en Chile en la Antología de escritores contemporá­neos de los Estados Unidos, de Bishop y Tate (Nascimento, 1944). Hubo alguna otra traducción chilena (de Flavián Levine: La tierra desechada, 1965), pero esta nueva versión no sólo responde a la saludable costumbre de que distintas generacion­es traduzcan grandes obras sino que incorpora parte de la inmensa y creciente producción erudita en torno a Eliot. Esta traducción se acompaña de notas, además de la notas de Eliot.

Porque las cinco partes de La tierra baldía en realidad son seis. Supuestame­nte los editores temían que el poema solo fuera demasiado corto y para alargarlo el autor agregó un apartado de notas que suelen ser tan raras como el poema mismo. Hay referencia­s (San Agustín, un manual de observació­n de aves, obras de teatro del siglo XVII), pero otras parecen chistes: “No conozco el origen de la balada de la cual están tomados estos versos; me fue informado desde Sydney, Australia”, anota Eliot. Es una de sus ironías burlarse del tipo de sabiduría crítica que muestran sus notas y sus cuidadosos desentraña­mientos.

La edición de Fernández Biggs y Villavicen­cio sirve de introducci­ón a todos estos asuntos. No sólo es correcta sino inspirada, aunque asalta la duda respecto del verso 142, cuando alguien le aconseja a una mujer que como vuelve su marido de la guerra, mejore su aspecto (”arréglate un poco” es la versión usual de otros traductore­s), que ellos traducen como “sé un poco más viva”, como si fuera cuestión de astucia. Sus notas son incluso novedosas: la mención a una golondrina se indica como referencia a El príncipe feliz de Wilde, aunque otros críticos ven un poema de Tennyson.

Después de todo, las notas dan para casi cualquier cosa. La idea de una versión anotada de La tierra baldía se enfrenta a la pregunta de dónde detenerse, porque las fuentes del poeta incluyen versos, sermones, cartas, avisos de publicidad, personas que conoció, frases que escuchó, etc. Respecto de este poema existen la edición facsimilar de los manuscrito­s que hizo Valerie Eliot en 1971, las críticas de Michael North (Norton, 2001) —en la que se basan Fernández Biggs y Villavicen­cio— y Lawrence Rainey (Yale, 2005). Además de la nueva edición de los poemas de Eliot (Faber, 2015) a cargo de Christophe­r Ricks y Jim McCue, quienes entregan 160 páginas de densas y breves notas sobre el poema, incluyendo una sobre las versiones de la balada de Sydney mencionada por su autor.

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LA TIERRA BALDÍAT. S. ELIOTEdici­ón, traducción y notas de Braulio Fernández Biggs y Juan Carlos Villavicen­cio. Editorial Descontext­o, 2017, 130 pp. $ 9.000
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►En 1922, T. S. Eliot publicó La tierra baldía, poema fundamenta­l del siglo XX.

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