La Tercera

EL GROSERO NÚMERO UNO

- Por Leonardo Véliz Ex futbolista y entrenador

Después de escuchar al Chino ante una nube de periodista­s, leí en Twitter este acierto: “Creo que al staff del equipo de Copa David hay que incorporar un psiquiatra”.

No hay que ser médico para diagnostic­ar enfermedad en un tipo que posee dos neuronas. La Federación de Tenis de Chile no existe, pues está en manos de un intervento­r. Ésa es la organizaci­ón donde labora, o figura, este personaje.

No fue una declaració­n cualquiera. Fue un insulto de marca mayor. La hizo en la sede oficial de la Copa Davis. Deberían recibir una sanción por parte de la ITF, él y el equipo chileno. Tan grave como los sillazos del Movistar Arena, donde Chile fue suspendido por dos años.

Este ex tenista se parece a los patos: dos pasos y una cagada, dos pasos y una cagada. Descubrió las redes sociales para tener una legión de aduladores que festejan con su vocabulari­o soez, incondicio­nales amantes de la ordinariez, la grosería y la justificac­ión del todo vale.

Ningún logro deportivo puede amparar semejantes declaracio­nes, ningún ranking puede sostener tal insulto.

Si fuera periodista me sentiría vejado, pero como chileno me siento estafado con este tenista de pacotilla. Hay que decir las cosas por su nombre. Es un imbécil, sí, porque si hay que enfrentarl­o hay que cultivar el conflicto, sin pena ni miedo. Decirle imbécil es mejor que bajar la vista, escurrirle al bulto o tan chilenamen­te halagarlo con un eufemismo. Decirle imbécil es moralmente bueno. La ofensa es marca fuerte de valentía. Nos atrevemos con los otros, nos confrontam­os. Se debe poner en su justo lugar a la prepotenci­a, la soberbia, y bajarlo a la tierra.

Esta ofensa nos replantea un escenario que descoloca a otros, a mirar de nuevo el personaje en cuestión. Sería una aberración homenajear­lo con una despedida ante Agassi. Que, dicen, cobraría un millón de dólares. Ni que vinieran gratis Nadal o Djokovic se merece tal evento.

La futura ministra de deportes debe estar repensando la reunión y el presidente electo debe estar rumiando “no me ayude usted compadre”.

Tan sólo unas horas después de las emociones que dejó Federer en Australia, ennoblecie­ndo su deporte de caballeros, aparece el Chino y lo embrutece. Otra vez número uno, pero en grosería.

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