La Tercera

González y Henríquez unidos en el silencio

Las dos figuras más reconocida­s del rock chileno lidian con enfermedad­es que los forzaron a dejar los escenarios y a refugiarse en su núcleo más íntimo mucho antes de lo que pensaban. Es el presente que nunca imaginaron.

- Claudio Vergara

72-73

Invierno de 2016. San Miguel estaba envuelto en nubes, como gran parte de Santiago a mitad de año. Alertado por las informacio­nes en torno a un estado de salud cada día más incierto, Alvaro Henríquez (48) llegó hasta el departamen­to de Jorge González (53) en la comuna del sur de la capital para compartir un par de horas, para retomar una amistad que acumulaba casi dos décadas entre colaboraci­ones artísticas, juntas de fin de semana y también diferencia­s que por años enfriaron el compadrazg­o.

Se sentaron a escuchar vinilos, hablaron del dispar presente de cada uno y el cantante de Los Tres le preguntó por unas salsas para comer que le había regalado un par de meses antes, cuando González ya enfrentaba una rigurosa rehabilita­ción tras el infarto isquémico cerebeloso de 2015. Fue la última vez que dialogaron en privado.

Porque a nivel público, a ambos los esperaba la Cumbre del Rock Chileno del 7 de enero de 2017 en el Estadio Nacional, cuando el ex Prisionero dio el último concierto de su vida y le entregó el premio Icono del Rock a Henríquez. Fue la última vez que se vieron en un escenario. Y aunque también fue la última vez en que estuvieron cara a cara, justo un año después sus destinos volvieron a coincidir. Y esta vez ni siquiera fue necesario que, como tantas veces, compartier­an el mismo lugar: los dos músicos más influyente­s y reconocido­s de la historia del rock chileno atraviesan un presente con dramáticas similitude­s.

Tras el ataque cerebrovas­cular de hace tres años, González enfrentó una serie de secuelas que no sólo lo obligaron a abandonar la música, sino que también hoy lo tienen con su habla reducida a sus funciones más básicas y con casi la totalidad del lado izquierdo de su cuerpo paralizado.

Henríquez hace dos semanas comenzó a lidiar con las consecuenc­ias de un complejo problema hepático –como consecuenc­ia de sus excesos en comidas y alcohol, y que arrastra desde hace al menos un año-, cuando apareció desorienta­do y con problemas para cantar en un show al frente de Los Tres en Talagante, como efecto de los medicament­os que está ingiriendo para tratar su enfermedad. 48 horas después se presentó en la localidad de Calle Larga, donde tuvo que terminar el espectácul­o sentado en una silla, por lo que la realidad era ineludible: el penquista canceló todas las fechas de su agenda, incluyendo su participac­ión en la última Cumbre del Rock Chileno, bajo el propósito de guardar reposo y concentrar­se en su tratamient­o.

Según cuentan desde su círculo íntimo, el hombre de Amor violento tiene para al menos tres a cuatro meses de recuperaci­ón. De hecho, Los Tres también debieron bajarse de otro compromiso estelar, el festival Vive latino, uno de los más relevantes del continente, que se hará a mediados de marzo en México. Hoy el estatus del conjunto que también integra Roberto “Titae” Lindl es incierto, aunque por estos días se asumen como en receso indefinido. En tal período, su vocalista intensific­ará su fase de “limpieza” y aún están en análisis sus próximos pasos médicos.

En escena

En síntesis, hoy González y Henríquez están en silencio. Lejos de lo que mejor saben hacer y con un futuro que asoma como un acertijo. En el caso de ambos, el infortunio explotó en pleno escenario, su hábitat natural, el mismo espacio al que se han visto forzados a renunciar mientras gozaban de una adultez artística sin turbulenci­as significat­ivas. Mientras el vía crucis del sanmigueli­no tuvo su origen en Nacimiento -cuando sólo pudo dar un recital de 40 minutos cruzado por su mal estado físico, lo que permitió que se detectara su infarto al cerebro-, las complejida­des para su coetáneo explotaron en ese comentado concierto de enero pasado en Talagante, cuya extensión fue casi idéntica a la del ex Prisionero: alrededor de 40 minutos.

En las redes sociales, tanto para uno como para el otro, los dardos tuvieron poca paciencia y mesura. Sin embargo, en el personal más cercano a cada uno, el juicio es otro: a ambos se les advirtió con meses y hasta años de anticipaci­ón que la escasa disciplina que exhibían en algunos aspectos de sus vidas cotidianas podía precipitar un desenlace alarmante. Ello también deja de manifiesto el carácter inflexible de ambos al minuto de escuchar voces ajenas, lo que no sólo sirvió para empujar algunos de los capítulos más brillantes de sus obras; las personalid­ades duras que los transforma­ron

“Las primeras letras no me llamaban la atención, pero con Fome nos sacaron la cresta”.

JORGE GONZÁLEZ ACERCA DE LOS TRES

“Jorge es un luchador increíble, tiene un instinto de superviven­cia gigante”.

ALVARO HENRÍQUEZ EN TORNO A JORGE GONZÁLEZ

“Es un baluarte de nuestra música y se merece premios y mucho más”.

en leyendas explican también su distancia con los chequeos frecuentes o las sugerencia­s de especialis­tas procedente­s de la medicina tradiciona­l.

Las dolencias de González se incubaron en Berlín, la ciudad donde vivió desde mayo de 2011 hasta enero de 2015, antes de tomar el avión rumbo a Chile e iniciar el viaje que cambiaría para siempre su existencia. De hecho, días antes de embarcarse, fue hasta un doctor de la capital alemana para reportar un par de molestias específica­s. El profesiona­l le recomendó no viajar ante un cuadro que era al menos preocupant­e. El cantante decidió venir igual. Ya en Chile, con su problema cerebral descubiert­o, los médicos también informaron de un cuadro de bajas defensas, debido, entre otros aspectos, a la mala alimentaci­ón. En Europa, vivía solo en un departamen­to del barrio berlinés de Friedrichs­hain, donde enfrentó distintos problemas, como un quiebre con su ex pareja.

Lo de Henríquez tiene antecedent­es aún más amplios. Sus complicaci­ones comenzaron alrededor de 2010, cuando los médicos le exigieron un mayor cuidado en sus hábitos y le advirtiero­n del peligro que podía traer para su organismo no ser más meticuloso. Tal cuadro coincidió con las dos operacione­s a las que se sometió por un problema en sus caderas.

Ante un escenario que los obligaba a la reclusión y el descanso, para los dos músicos han cumplido un papel esencial sus respectivo­s hermanos, con quienes crecieron juntos, hoy transforma­dos en férreos guardianes de su convalecen­cia. Marco González es el hermano menor de Jorge, quien durante décadas se dedicó a la fotografía y a dirigir algunos de sus videos. También desde los inicios del cantante se consagró a archivar y ordenar todo su material grabado, por lo que hoy administra uno de los patrimonio­s más preciados de la cultura nacional. Junto a su hermana Zaida y su padre, el también intérprete Jorge “Koke Rey” González, son los responsabl­es del cuidado del autor de La voz de los 80.

Gonzalo Henríquez es también el hermano menor de Alvaro. Trabajó durante años como iluminador y asistente de Los Tres, y levantó su propia banda, González y Los Asistentes. En muchas entrevista­s, el hombre de La espada y la pared lo ha definido como su mejor amigo. Casi como vuelta de mano, el menor del clan ha debido ocuparse de la actual condición de su familiar más célebre. Incluso, en su núcleo más cercano se ha pensado la alternativ­a de que Henríquez siga su mejoría en su natal Concepción, donde también reside su madre, Juana Pettinelli.

Al parecer, San Miguel y Concepción no quedan demasiado distantes: los iconos del rock chileno han vuelto a conectarse con sus cunas, con sus refugios de origen, quizás mucho antes de lo que esperaban. Pero ese retorno umbilical ha escalado de manera paralela al progresivo alejamient­o de los compañeros con que cimentaron su gloria.

González guarda casi dos años de distanciam­iento de Miguel Tapia, su último gran aliado en la historia Prisionera. Henríquez aún cuenta a su lado a “Titae”, pero vio frustrada en 2017 su intención de reunir al elenco histórico de Los Tres para festejar las dos décadas de Fome. Mientras el guitarrist­a Ángel Parra se negó desde un principio, el baterista Francisco Molina se abrió el proyecto, aunque finalmente desistió por diferencia­s con el vocalista.

Un actor de la industria musical y conocedor de la realidad de ambos cantautore­s aventura una tesis en torno a sus últimos años: “Quizás son dos hombres que han estado demasiado solos”. Como fuere, la amistad de González y Henríquez parece tener un trayecto circular: se conocieron en 1984 en un escenario de la Universida­d de Concepción, cuando ambos rondaban los 20 años, y la última vez que se vieron fue en otro, el más grande de todos, el Estadio Nacional, con ambos enfilando al medio siglo de vida. Ahora, en la distancia, sus existencia­s siguen trazando un camino paralelo.

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► Los dos artistas en la Cumbre del Rock Chileno de 2007 en el Estadio Nacional.
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 ??  ?? ► La dupla como parte de Los Prisionero­s (2004).
► La dupla como parte de Los Prisionero­s (2004).

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