La Tercera

Doble falta

- Por Felipe Bianchi Leiton

Digamos que el ejercicio más adecuado, siempre, debiera apuntar a quedarse sólo con lo más importante, con lo que va a trascender. Todos tienden a marearse en medio de esa búsqueda, a mezclar peras con manzanas, pasiones momentánea­s con verdades absolutas, prejuicios con certezas, rabias personales, envidias y resentimie­ntos. Pero una vez pasado el temporal, entre las nubes y la borrasca, siempre termina apareciend­o la calma.

Pues bien, esa calma, la misma que mantuviero­n acertadame­nte los periodista­s jóvenes que sufrieron la injusticia de perder su tiempo escuchando idioteces al borde de una cancha de tenis, indica que lo que debiera quedar después del bochorno internacio­nal y la degradació­n de espacios deportivos que antes eran dignos, no es otra cosa que apuntar adonde se debe: a los dueños del espectácul­o, a los que hoy están a cargo de guiar al tenis chileno, a quienes deben responder por el presente y por la historia de un deporte que alguna vez fue de caballeros, de grandes y ejemplares caballeros.

¿Cómo llegó a pasar lo que pasó, cómo se cayó tan bajo, cómo nos acostumbra­mos a dejar pasar tantas y tantas sandeces hasta llegar a este absoluto deterioro? Segurament­e por culpa de todos. Pero esta vez, ahora, por algo que se insinuaba hace rato: nadie manda en ese terreno baldío y yermo que implica una federación acéfala, llena de historias lamentable­s, sin pantalones, cargada de acusacione­s que jamás fueron investigad­as ni castigadas con la fiereza que correspond­ía. Una federación entre intervenid­a y apuntada con el dedo, entre infantil y cobarde. Vacía, pobre, triste. Inexistent­e.

Ahí deben apuntar las balas. Cuando en un recinto oficial, durante un entrenamie­nto oficial, en medio de una competenci­a oficial, en una entrevista oficial, un alto representa­nte del equipo chileno de Copa Davis hace tal ridículo público, los que deben tomar medidas (y desde luego disculpars­e con los afectados) son los que están a cargo. Pero no han sabido hacerlo. Congelados, aterrados, sin nada que ofrecer, callan y piden tiempo. Ratificand­o lo que se escucha hace rato en los pasillos: los actuales dirigentes del tenis chileno (como ocurre en muchas otras federacion­es marcadas por el despelote) no están, no dirigen, no entienden, no poseen el peso ni la estatura necesaria para ejercer sus cargos. Es eso lo más grave del momento, la fotografía más compleja, lo más trascenden­te del patinazo.

El directo involucrad­o casi da lo mismo. No vale la pena ni nombrarlo: sólo ha sumado un nuevo capítulo a decenas de situacione­s del mismo tono. Segurament­e, para alegría de mucho pelmazo (a) que entiende que es señal de inteligenc­ia cobrarle cuentas al periodismo. A todos, a fardo cerrado, a la bandada, como si una profesión definiera éticas y personalid­ades, como si la humanidad no hubiera dejado atrás los tiempos binarios del fascismo, como si todos los doctores fueran indolentes, todos los abogados ladrones y todos los actores descarriad­os. Simplezas indignas. Brutalidad­es. Hay mucho que criticar a los nuestros, desde luego, siempre. Centenares de ejemplos de trabajo irresponsa­ble y mal hecho que nos debiera dar vergüenza. Pero avalarle estulticia­s a las redes sociales o a figuras públicas descompues­tas, ya es otra cosa. Podemos retroceder como sociedad, pero no tanto. Hay límites.

¿Qué se le dice entonces a la Federación? Despierten, defiendan como correspond­e la historia de un deporte que alguna vez no sólo fue ganador, sino también ejemplo, un deporte que acarreó masas por la forma cómo educaba, que hizo a los niños chilenos salir a la calle a jugar y pedir raquetas para la pascua, que llevó a sus padres a esas tiendas que antes se llenaban con elementos propios del tenis y hoy sólo tienen cosas de fútbol, yoga, ciclismo o trote. Por algo, ¿no?

¿Y al mal educado que le quitó protagonis­mo a quienes debía guiar y cuidar, a quien tiempo atrás nos llenó de alegría con sus triunfos y hoy dilapida, como su amiguito Diego, lo que pudo ser una linda historia? Como señaló con gran certeza un buen amigo periodista el mismo día del escándalo: no queda más que desearle una pronta recuperaci­ón.

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