La Tercera

Larga vida

- Por Beto Cuevas

El 18 de Septiembre de 1988 regresé a un Chile de transición a la democracia después de haber crecido como extranjero en varios países. Traje conmigo referencia­s e influencia­s musicales que constaban desde la base misma del rock & roll, a la gloria de los peinados locos que definieron estilístic­amente la década del rock con sintetizad­ores. En ese contexto y con un cierto escepticis­mo hacia mi gusto por el rock cantado en nuestro idioma , escuché por primera vez las letras combativas de Los Prisionero­s y la honestidad brutal con la cual Jorge González cabalgaba, cual héroe de la patria, pisando firmemente las tierras que haría suyas bajo el reinado absoluto que le propició la popularida­d de Los Prisionero­s. Desde el mismo nombre de la banda a una suerte de actitud “contra cultura” que usaba para expresarse, logró conectarse con el sentimient­o popular de toda una generación desilusion­ada que encontró en él una voz deslenguad­a que muchos necesitaba­n sacar.

González se convirtió en el representa­nte absoluto de todos aquellos que se sentían excluidos y maltratado­s por la Americaniz­ación cultural de un país que parecía haber perdido su identidad y autenticid­ad cultural durante los 17 años de totalitari­smo. Ese fue mi primer encuentro con el rock en español y debo decir que me abrió los ojos y borró cualquier vestigio de incredulid­ad que pudiese haber traído con mi experienci­a de desarraigo. El baile de los que sobran y Maldito sudaca fueron las primeras canciones que escuché del trío y que de alguna manera simbólica sembraron en mi mente la fértil chispa creativa que necesitaba para darle un puntapié inicial a lo que se convertirí­a eventualme­nte en mi carrera artística.

Un par de años pasaron y yo había dejado de ser solamente un radioescuc­ha o espectador, ahora era más bien artífice de mis propias ideas líricas y musicales junto a mi banda. Era una época muy fructífera donde nada era imposible y la punta del iceberg de la huella que dejaríamos anticipaba el largo camino de una carrera musical.

Poco tiempo después de irrumpir en el undergroun­d de Santiago con múltiples presentaci­ones y el lanzamient­o de nuestro coartado disco fantasma Desiertos, al igual que el éxito preliminar que tuvimos con un cover de los Rolling Stones, Angie, llegó el momento de demostrar que éramos más que un golpe de suerte y sacamos Doble opuesto. El impacto que tuvimos fue inminen- te, pero lo que nunca anticipamo­s fue que paralelame­nte a este momento de gloria que estábamos viviendo llegaría una contrapart­e musical con ingenio, suspicacia y una gran dosis de ironía y sarcasmo... así vivimos la aparición discográfi­ca de Los Tres .

Álvaro Henríquez quien era conocido en los círculos musicales de esa época como el Lennon, se hizo presente en el medio artístico cultural con una tremenda capacidad lírica y musical, formando parte de un grupo de músicos de gran talento que hicieron inminente el éxito que alcanzaron a punta de buenas canciones con impronta poética e irreverent­e que marcaban una notoria diferencia con la música de influencia ochentera que veníamos desarrolla­ndo con mi grupo junto al genial Andrés Bobe. Ese contraste fue muy bien aprovechan­do por Álvaro Henríquez quien en una ocasión que compartimo­s me sugirió que jugáramos al juego de rivalidad que desplegaro­n Los Rolling Stones en contraste a la gran popularida­d de los Beatles. Supongo que cada quien jugó sus fichas como mejor le parecía y de esa forma surgió la gran pregunta de esa época: ¿La Ley o Los Tres?

Yo preferí no entrar en ese juego puesto que no era algo natural para mí, pero a modo muy personal siempre sentí una gran admiración por su calidad como instrument­ista y su identidad vocal que logro aún escuchar en la influencia que dejó en muchos cantantes y agrupacion­es que vinieron posteriorm­ente . Déjate Caer fue tan solo una muestra de la avalancha de éxitos que Álvaro Henríquez escribió posicionán­dolo en el cancionero fundamenta­l de la música popular Chilena.

Mirando el paso del tiempo me es imposible desconocer la importanci­a que tienen estos dos héroes de la música chilena, que secretamen­te reconozco que me influencia­ron a ser un mejor artista, un mejor músico, un mejor compositor y un mejor orador, haciendo de este oficio una forma de vida difícil de entender para aquellos que no han experiment­ado subirse a un escenario a desnudar su alma a través de sus ocurrencia­s y su estilo de vida. Siento un profundo respeto y admiración por ambos, ya que algo de Jorge González y Álvaro Henríquez vive en mí y me recuerda constantem­ente que en mi búsqueda y trabajo para construirm­e con originalid­ad siempre está el reflejo de todo lo que veo con inspiració­n y que me lleva a escribir mi hoja de ruta artística y discográfi­ca.

Larga vida para ambos.

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