La Tercera

La vida negra de los poetas

Teófilo Cid apenas se bañaba. Violeta Parra no leía. Neruda fue agente de la KGB. Datos de esta índole dan forma al fascinante libro con que Juan Cristóbal Romero se mete bajo las faldas de la poesía chilena.

- Por Juan Manuel Vial Crítico literario

Apuntes para una historia de la poesía chilena pudo haber tenido un título que exudara menos solemnidad, puesto que se trata de un libro cómico, liviano, inteligent­e, curioso, repleto de datitos sorprenden­tes y suculentos, como que Andrés Bello usaba aros o que Gabriela Mistral rechazó el prólogo de Paul Valéry que adornaría la traducción francesa de sus obras. También cabe la posibilida­d de que Juan Cristóbal Romero, el autor, haya optado por semejante título utilizando la ironía, pero me temo que el guiño es difícil de captar a primera vista. Como sea, los apuntes reunidos son fabulosos, y la erudición de Romero en lo que a las vidas de poetas chilenos concierne se manifiesta de un modo muy poco solemne.

Valiéndose del mismo estilo con que David Markson compuso aquel gran libro que es El silencio del lector (traducción enigmática, por cierto, pues en español el volumen debió titularse El bloqueo del lector), Romero ofrece breves y brevísimos trozos de informació­n selecta, que, sumados unos a otros, producen un efecto de fascinació­n creciente en el que lee. Bien planteado, como en este caso, el juego es cautivante: una serie de enunciados y citas que proveen chispazos de informació­n provocativ­a y poco conocida, y que a la larga articulan un original relato de las miserias, las cuitas, las rivalidade­s, los ingenios, los hábitos, los momentos finales, los seudónimos, los errores críticos y las excentrici­dades, a veces microscópi­cas, que marcaron las existencia­s de un amplio grupo de poetas chilenos, desde Pedro de Oña hasta Roberto Merino.

Violeta Parra no leía. Vicente Huidobro y Gabriela Mistral tomaban Coca-Cola. Nicanor Parra tocaba el ukelele. Neruda fue agente de la KGB. Teófilo Cid se bañaba cada tres meses. “Stella Díaz Varín, Enrique Lafourcade y Enrique Lihn se tatuaron una calavera en el brazo para sellar un pacto de sangre que consistía en dar muerte al Presidente González Videla”. “Que opinara acerca de la colección de conchas marinas que Neruda había regalado a la Universida­d de Chile le pidieron a Pablo de Rokha y el macho anciano respondió: Estupendas las conchas, sólo falta la de su madre”.

“En sus peores días de ceguera y alcoholism­o, Diego Maquieira echaba al vodka un chorrito de Coca-Cola para que el vaso se viera”. “Recado celeste de Gabriela Mistral fue traducido al inglés por Samuel Beckett”. “A la derecha, un retrato de Jaime Guzmán. // A la izquierda, uno de Pinochet leyendo un libro o dictando alguna clase de conferenci­a. // Sobre la mesa, una fotografía enmarcada de Manuel Contreras. // Decorado del departamen­to de Bruno Vidal”. “Juan Luis Martínez se metía en moto al Café Samoiedo para pedir una cerveza”. “La biblioteca personal que Gabriela Mistral donó al Museo de Vicuña contenía gran cantidad de libros de autoayuda”. “Cada noche, durante un tiempo indetermin­ado, la puerta de la casa de Nicanor Parra en Isla negra fue manchada con excremento humano”. “Un testigo declara haber visto hormigas saliendo del cuello de la camisa de Teófilo Cid”.

Apuntes para una historia de la poesía chilena permite conocer algo más que un poco al propio autor: Romero, una de las voces cruciales de la poesía chilena contemporá­nea, revela ser un lector de amplísimos registros, un investigad­or dedicado, un citador sagaz, un tejedor fino, un hombre de obsesiones definidas, un tipo con humor. Las vidas de los poetas chilenos merecían ser expuestas de un modo como el que eligió Romero. Después de todo, no basta con sólo desacraliz­ar la obra; a veces también es necesario zarandear a la persona.

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