La Tercera

Antes que quede nada

- Abogado Jorge Navarrete

LA DC ITALIANA TUVO LA DIGNIDAD DE DISOLVERSE Y CERRAR EL CICLO. EN UN GESTO DE GENEROSIDA­D Y SENSATEZ, QUIZÁS LO MÁS DIGNO SERÍA PROCEDER AQUÍ DE MANERA SIMILAR.

Es bien triste, por no decir patético, lo que está ocurriendo con la Democracia Cristiana. ¿Qué queda de la mística de ese grupo de jóvenes católicos que rompió contra el partido Conservado­r -muchos de ellos también contra sus familias y amigospara constituir una fuerza política que, inspirada en la doctrina social de la Iglesia, impulsó procesos como la reforma agraria, la sindicaliz­ación campesina, la promoción popular o la chilenizac­ión del cobre? ¿Qué rastro queda de la sabiduría de Frei Montalva, la elocuencia de Radomiro Tomic o la nobleza de Bernardo Leighton?

Y aunque las comparacio­nes pudieran ser injustas, y muy especialme­nte por los gigantesco­s cambios que ha experiment­ado el país y sus ciudadanos -donde la política tiene menos centralida­d en la vida de las personas y muchas de las épicas causas de antaño son hoy un patrimonio civilizato­rio de toda la sociedad chilena- no fue hace mucho que la Democracia Cristiana tuvo un rol central en una transición que, junto con recuperar las libertades, también nos brindó niveles de prosperida­d como nunca antes habíamos visto.

A casi 30 años de haber asumido Patricio Aylwin ese primer gobierno democrátic­o, la DC ha perdido más de un millón de votos, enfrentand­o ahora uno de los peores resultados de su historia, donde muchas de sus figuras -sea por la vía de la renuncia o alejándose de manera silenciosa­han abandonado ese hogar que tan central fue en su biografía personal y colectiva. Otros, no con mucha esperanza, se aferran a los vestigios y a esa pálida sombra de aquel lugar que alguna vez los llenó de orgullo. Pero lo que queda, o al menos lo que se ve por estos días, es un triste espectácul­o de recriminac­iones mutuas que, en un abismo de perplejida­des y confusione­s por haber extraviado el rumbo, se llena solo con rabias, recriminac­iones y vendettas.

Justo es reconocer que casi todos los que hemos tenido algo que ver con esta fuerza política en las últimas décadas, somos responsabl­es por su deterioro y fracaso; no solo por habernos alejado de tantos que otrora confiaron en nosotros, sino también por haber deshonrado una historia y un legado del cual hace mucho tiempo no somos merecedore­s.

Cuando pienso en otros casos similares, como fue lo ocurrido con la Democracia Cristiana italiana, al menos pareciera que ellos sí tuvieron la dignidad para cerrar el ciclo, e incluso ante sus profundas diferencia­s y descrédito ciudadano, optaron por proteger un pasado colectivo y se disolviero­n sin que ningún grupo pudiera reclamar de manera posterior la titularida­d de ese nombre que tan importante había sido para ellos y su país.

Y en un gesto de humildad, generosida­d y sensatez, quizás lo más digno sería proceder de manera similar, antes que quede nada por recordar.

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