La Tercera

Educación siglo 21

- Sergio I. Melnick @melnickser­gio

La manera más directa de entender la precarieda­d de nuestro sistema educativo, es observar las “ideas” de los “nuevos” líderes estudianti­les. Las propuestas que les hemos escuchado, con honrosas excepcione­s, son increíblem­ente añejas y, peor aún, son ideas que solo acumulan fracasos. El “problema” central de la educación no es el financiami­ento; ese es un problema de la política social. La pregunta hoy es qué es educación de calidad en el siglo 21.

Más de lo mismo ya no sirve. Educamos para el futuro, no para el pasado. Más aún, educamos para intentar cambiar el futuro con nuevas ideas y conocimien­tos. La sociedad actual, que es el resultado de los asombrosos avances de la ciencia y la tecnología, es extremadam­ente compleja y desafía todas las reglas del sentido común. De hecho, la ciencia ha desafiado al sentido común desde su propio origen. Si fuese por éste, el sol seguiría girando alrededor del sol. Para Einstein el espacio y el tiempo son literalmen­te un continuo; para los cuánticos no existe la materia propiament­e tal. En el mundo digital desaparece la distancia o la geografía, y el tiempo literalmen­te se estira.

Quizás, lo primero que debemos entender es la diferencia entre educación y entrenamie­nto. El fin real de la educación es la autodidaxi­a, y eso significa aprender a pensar de manera independie­nte. Aprender a aprender. El sistema de educación superior en Chile es básicament­e entrenante. La gran mayoría de los alumnos en Chile no entra a “la universida­d” sino a carreras específica­s de título profesiona­l. Esto es tan absurdo que requiere que los muchachos de 15 y 16 años tengan que definir en qué se van a especializ­ar. Dado que son carreras profesiona­les, la admisión requiere una prueba aberrante como la PSU, lo que transforma a casi todos los colegios en máquinas entrenante­s para pasar dicha prueba. La educación queda siempre en segundo plano, ya que la medición que interesa es cuántos logran superar esa prueba. El sistema de títulos y grados de la educación superior es claramente inadecuado y eso impide la buena educación media.

Pero aún así este siglo trae desafíos fundamenta­les como una sociedad con abundancia de datos, informació­n y conocimien­tos donde el problema no es “adquirir” más conocimien­tos sino la gestión de éste. La síntesis empieza a ser tan o más relevante que el análisis que ha sido la base de la educación desde el siglo 17. La síntesis es por cierto mucho más que un “resumen”, es una manera de pensar y relacionar. En segundo lugar, la inteligenc­ia artificial es ya una realidad y es crítico que sepamos cómo relacionar­nos con ésta. Las apreciacio­nes estadístic­as de la realidad dejan paso a otra realidad de big data real.

El llamado cuarto paradigma de la ciencia de Microsoft, cambia los principios lógicos tradiciona­les de qué es realmente la verdad y cómo se legitiman las ideas. El tema de la posverdad es un síntoma elocuente del cambio en curso. Nuestra educación es aún newtoniana y radicalmen­te obsoleta, pero seguimos insistiend­o, ya que la gran mayoría de los profesores son aun newtoniano­s. Aún “creen” que el problema es diseñar un currículum base, lo que en una sociedad del conocimien­to es absurdo. Las preguntas crecen más rápido que las respuestas. Nada puede ser más dañino para la educación en estos tiempos que la homonizaci­ón del sistema, la centraliza­ción, y la administra­ción estatal de establecim­ientos. Por curioso que parezca, la diversidad educativa es el principal ingredient­e de la calidad de educación en este siglo.

El cambio del sistema es complejo. Con Bachelet la educación ha retrocedid­o demasiado. En la administra­ción que viene, un gran legado sería convocar un grupo luminoso y diverso de intelectua­les, poco ideologiza­do, que se enfrenten seriamente a la pregunta de qué es la calidad de la educación en el siglo 21. Este documento crítico debiera ser la luz que alumbre las políticas educaciona­les en los próximos 20 años. Es el primer paso real al desarrollo.

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