La Tercera

La reforma de Camila Vallejo y Giorgio Jackson

- Por Hugo Herrera Profesor titular Instituto de Humanidade­s UDP

Vallejo y Jackson tienen mucho en común: son de izquierda; tuvieron puntajes discretos en la PSU; a juzgar por lo que hablan, llevaron a Atria en su mochila; se desempeñar­on como dirigentes universita­rios; presidiero­n federacion­es estudianti­les; encabezaro­n las movilizaci­ones de 2011; resultaron elegidos diputados en los mismos períodos; y fueron impulsores de la reforma a la educación superior.

Ambos son, aquí, responsabl­es. Responsabl­es de no atender a las advertenci­as de Johann Gottlieb Fichte y Wilhelm von Humboldt sobre el riesgo de que el espíritu más ilustrado quede sometido al poder político –menos ilustrado–, cuando el gobierno interviene excesivame­nte en el control y financiami­ento de las universida­des.

“No deben entorpecer ustedes la investigac­ión libre”, dijo Fichte a los príncipes alemanes. Sólo “están facultados para apoyarla”. Y Humboldt: “El Estado debe ser consciente de que es siempre un obstáculo cuando se entromete (...). Que, ya que debe haber en la sociedad medios para cualquier actividad extendida, el Estado tiene el deber de conseguir estos también para la elaboració­n del saber. Que la circunstan­cia misma de que estos medios exteriores estén dados para algo completame­nte extraño opera siempre y necesariam­ente de un modo perjudicia­l, haciendo des- cender lo espiritual y elevado hasta lo inferior y material”.

Desatendie­ndo estas advertenci­as (que quizás no leyeron), Jackson y Vallejo –y otros como ellos– impulsaron una reforma articulada en las mazmorras de un ministerio bandeado entre la frivolidad y la incompeten­cia. Acaban determinan­do los destinos de los investigad­ores y docentes del país, al condiciona­r a las universida­des, aumentando la intervenci­ón del Estado, más aún, del gobierno, en ellas.

La reforma aprobada ata de dos maneras relevantes a la universida­d al poder político-partidista. Primero, acrecienta la intervenci­ón del gobierno en la designació­n de autoridade­s que controlará­n y fiscalizar­án el sistema de educación superior, partiendo por el subsecreta­rio de Educación Superior, funcionari­o del partido del gobierno respectivo, y siguiendo por el superinten­dente. Segundo, establece la fijación de aranceles y vacantes a las institucio­nes por parte de la Subsecreta­ría (con alguna limitación relevante, en el caso de los aranceles). Más aún, toda vez que los fondos que se están otorgando son (salvo para las universida­des del Estado, con las cuales se repara –justamente– una deuda) claramente insuficien­tes.

El país debe dar el paso a una educación superior no sólo inclusiva, sino de mayor calidad. En un instante el que se requiere, en consecuenc­ia, allegar más recursos, condiciona­r la mayor parte de éstos a rentas generales de la nación pone un obstáculo adicional a las institucio­nes. No se entendió, por el gobierno y el Congreso, la sencilla regla de que dos –o sea, los privados sumados al Estado– son más que uno, es decir, el solo Estado.

En lo sucesivo, las universida­des contarán con menos recursos, y la libertad de pensamient­o allí corre el riesgo de verse sujeta a la lógica político-partidista, que dispondrá, desde ahora, del control de los resortes económicos y jurídicos sobre los cuales se sostienen las institucio­nes y, en definitiva, el pensamient­o.

¿En qué momento caímos en las manos de gente tan partisana o inadvertid­a? ¿En qué momento se perdió de vista que las condicione­s de producción y reproducci­ón del saber han de ser independie­ntes del gobierno de turno y, además, suficiente­s?

Probableme­nte, en el preciso instante en el cual los políticos se dejaron llevar por la ignorancia de mentes entusiasta­s como las de Jackson y Vallejo, y obviaron las sensatas voces más experiment­adas que repararon en los efectos de la reforma. Ocurre aquí que muchos hablaron y no se los escuchó. Tampoco se atendió a las advertenci­as de Fichte y von Humboldt. Si en otros temas tiene sentido decir “europeos, llévense su decadencia”, en el caso de la universida­d – engendro europeo–, frases como esa pierden casi todo su sentido.

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