La Tercera

Educación superior: asignatura­s pendientes

- Mario Waissbluth Educación 2020

Recienteme­nte se aprobaron –obviamente al vapor- las leyes de educación superior y universida­des estatales. Uno de sus mayores avances fue reformar el deficiente y laxo sistema de acreditaci­ón de institucio­nes y carreras, y crear la Superinten­dencia para evitar que muchos recursos públicos y privados terminen en las manos que no correspond­en, tema en que tenemos una añeja y triste tradición. Con todo, le quedan al próximo gobierno muchos desafíos complejos y caros, no necesariam­ente asociados a la ampliación de la gratuidad.

En primer lugar, darle de una vez por todas a la educación técnico profesiona­l el lugar que merece y que el país necesita. No hay mucho que pensar ni diseñar, puesto que recienteme­nte se publicó una muy completa Estrategia Nacional de Formación Técnico Profesiona­l a nivel escolar y superior, elaborada en conjunto con los institutos, centros y cámaras empresaria­les. El asunto es que cuesta dinero: por ejemplo, tan solo el 15% de los recursos que el Estado entregó en 2016 a la educación superior se fueron a institutos y centros, que tienen el 43% de la matrícula. El impacto neto de la gratuidad 2017 fue aumentar la matrícula universita­ria y disminuir la técnica, en la dirección exactament­e opuesta a lo necesario. La “universiti­tis” (de dudosa calidad) sigue prosperand­o gracias a la gratuidad, muchas veces en carreras sobresatur­adas y/o poco pertinente­s.

En segundo lugar, la forma de dar la gratuidad vía aranceles necesariam­ente regulados en miles de carreras diferentes, va a generar un largo período de incertidum­bres financiera­s y desajustes, con muchas quejas, apelacione­s, institucio­nes retirándos­e de la gratuidad, etc.

Es un buen avance que la ley haya previsto un sólido y autónomo consejo público-privado para fijar las reglas financiera­s del sistema. Este consejo impactará directa o indirectam­ente a cerca de US$ 5 mil millones anuales de gasto, por lo que sus integrante­s debieran ser impecables, de larga duración y posiblemen­te de tiempo completo, con un sólido staff a su cargo.

En tercer lugar, la gratuidad se dio a costa de o en lugar de fondos basales y/o concursabl­es, lo cual está deterioran­do no solo la calidad de la docencia universita­ria, sino también de la investigac­ión y extensión. Debiera definirse por ley cuál es el “estatuto de las institucio­nes de educación superior de interés público”, sean éstas estatales o privadas, universita­rias o técnicas, y darles acceso a estos fondos, que debieran tener un monto no muy diferente al de la gratuidad. Mucho dinero.

Para no atosigar, un cuarto y último punto por ahora. Si la nueva acreditaci­ón de universida­des e institutos se hace ojalá muy rigurosame­nte, y con los recursos necesarios, es probable que muchas institucio­nes y/o carreras desaparezc­an. Por sentido común sobra cerca de la mitad. La gestión de esa transición por muchos años, especialme­nte con los alumnos damnificad­os, será un enorme desafío de gestión y un inevitable dolor de cabeza.

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