La Tercera

Los 16 ángeles de Rancagua

Se cumplen cinco años de la negra madrugada en la que perdieron la vida un grupo de hinchas de O´Higgins. Aquí, el crudo relato de un accidente catastrófi­co, un título tristísimo y un recuerdo imperecede­ro.

- Por Denís Fernández

Ocho años antes de la madrugada del 9 de febrero de 2013, durante un partido de O’Higgins en El Teniente de Rancagua, Paulina Silva le dijo a su padre que no quería sentarse más en tribuna, que quería ponerse “donde la gente cantaba”. Paulina entonces tenía nueve años. Su progenitor accedió. “Cuando mi mamá estaba embarazada de mí ya íbamos al estadio. Como a los nueve empecé a ponerme donde se ponía la barra, ahí empecé a conocer gente y, bueno, hasta el día de hoy. Y hasta la muerte”, explica hoy. Ese lugar donde la gente cantaba no era otro que el sector de Angostura, el tradiciona­l bastión de la principal y más populosa barra brava de O’Higgins, la Trinchera Celeste.

Un año antes de la madrugada del 9 de febrero de 2013, el bus procedente de La Serena en que viajaba de vuelta a Rancagua el plantel de O’Higgins, sufrió una aparatosa salida de pista a la altura de Los Vilos. Y aunque no tuvo mayores consecuenc­ias, aquel incidente nocturno llevó a la dirigencia a tomar una determinac­ión. “Veníamos del norte, era muy tarde, el bus perdió el control y quedó averiado. No le pasó nada a nadie, pero quedamos muy cerca de un precipicio. Aquel día decidimos no viajar más de noche, dormir siempre donde se juega el partido y regresar al otro día”, desclasifi­ca Pablo Hoffmann, gerente general de O’Higgins y parte integrante de aquella expedición.

Dos meses antes de la madrugada del 9 de febrero de 2013, tras perder en la tanda de penales y ante la U su primera final nacional (la del Apertura 2012), y caer después hasta el 14º puesto en el Clausura; O’Higgins acometió una profunda renovación de su plantel. Jugadores como Osmán Huerta, Braulio Leal o Gonzalo Barriga aterrizaro­n en Rancagua para sumarse al equipo dirigido por Berizzo. Junto a ellos, llegó un delantero decidido a marcar época en el club, Pablo Calandria.

Un día antes de la madrugada del 9 de febrero de 2013, Luis Alberto Contreras (15), hijo único de María Inés, se despidió de su madre con un beso y se subió junto a otros 36 miembros de la Trinchera Celeste en un bus con destino a Talcahuano para apoyar a su equipo ante Huachipato en el duelo válido por la tercera fecha del Transición.

La madrugada del 9 de febrero de 2013, Paulina Silva, Pablo Hoffmann, Pablo Calandria y Luis Alberto Contreras se encontraba­n en la Región del Biobío. Pero aque- lla iba a ser una de las noches más negras en toda la historia del balompié chileno.

Con goles de Barriga y Rodrigo Rojas, O’Higgins venció con autoridad a Huachipato, defensor del título, por 0-2 la noche del 8 de febrero de 2013. Tras el partido, uno de los buses contratado­s por los hinchas para asistir al encuentro decidió desviarse del camino marcado para hacer una parada en Dichato, a orillas del océano. El vehículo nunca llegó a su destino.

“Recuerdo que íbamos muy alegres… es difícil hablar del tema... Habíamos juntado dinero para el viaje, para ver al equipo, y más encima habíamos ganado ese día. Íbamos muy felices”, rememora hoy, carraspean­do al hacerlo, deteniéndo­se tras cada frase como tratando de encontrar el aire y las palabras

“Caímos desde 150 metros y la micro dio siete vueltas. Yo no sé cómo estoy viva”.

PAULINA SILVA

HINCHA SUPERVIVIE­NTE

“Esa gente había estado con nosotros hacía unas horas. Dio la vida por estos colores”.

para describir lo sucedido, Paulina Silva (22), una de los 37 pasajeros que se encontraba­n en el bus. En un trayecto que terminó abruptamen­te a la 1.15 de la madrugada, en la tercera curva de la sinuosa y temible Cuesta Caracol, la que conecta las localidade­s de Tomé y Dichato, cuando el conductor perdió el control y el bus interurban­o se precipitó por un barranco de más de 100 metros de altura. 16 muertos y 21 heridos. El desconocim­iento de la ruta y la velocidad (35 km/h) se establecie­ron como causas.

“Yo viajé inmediatam­ente a Concepción, en mi auto. Llegué a las 7 de la mañana y recorrí todos los hospitales buscando a mi hijo para traérmelo. Estuve hasta las dos de la tarde buscándolo, hasta que fuimos al instituto médico legal y dieron el listado”, relata, con voz entrecorta­da, María Inés Aedo (47), la madre de Luis Alberto, una de las 16 víctimas mortales, y la presidenta de la agrupación Del dolor a la esperanza, que trabaja, desde hace cinco años, para honrar a sus fallecidos. Menores de edad, la mayoría, e incluso bebés, como Tomás Contreras, el hijo de un año del chofer, que perdió la vida junto a su padre. “Fue un golpe que nos destruyó el mundo, una bomba atómica que a uno le cae y al principio no entiende nada. Nos hemos ido parando lentamente, aunque cueste este duelo. Porque el dolor más grande de un ser humano es perder un hijo”, sentencia María Inés.

“Yo llegué a las 5.30 de la mañana al lugar del accidente porque nosotros hicimos noche en Concepción. Y fue horrible, todo lo que le pueda contar se queda corto. Uno no puede creer que se hayan salvado todos los que se salvaron. Fue un milagro lo de los sobrevivie­ntes”, complement­a Pablo Hoffmann.

Supervivie­ntes como Paulina, que aquella madrugada horrenda y a la edad de 17 años, simplement­e volvió a nacer: “Caímos desde 150 metros y la micro dio más de siete vueltas. Yo no sé cómo estoy viva. Sufrí contusione­s, tuve un TEC cerrado, un TEC abierto, se me abrió la cabeza a las dos semanas de que mis amigos habían fallecido. Pero lo que más me duele es que no pude despedirme de ellos”, dice la hincha rancagüina, quien hoy sigue acompañand­o al equipo de sus amores en cada desplazami­ento, tratando de luchar -reconoce- contra “esa cosita en la guatita que te provoca el miedo”.

Tras el traslado de los cuerpos de los 16 hinchas celestes fallecidos, Rancagua se tiñó de luto. En la Plaza de los Héroes, seguidores, familiares y jugadores se fundieron en una emocionant­e e inconsolab­le concentrac­ión. Se declararon tres días de duelo oficial en la ciudad y los cuerpos fueron velados a estadio lleno en El Teniente, el mismo escenario donde se encuentran, reservados de por vida, 16 asientos. En el sector de Angostura, ése donde la gente nunca ha parado de cantar. “Yo había llegado al club hacía poquito, pero fue muy triste porque esa gente había estado hacía algunas horas con nosotros. Fue uno de los días más duros de mi carrera. Tú puedes perder un partido, un campeonato, pero una vida es incomparab­le. Esa gente dio su vida por estos colores y nos ayudó después, de alguna forma, a lograr ese título”, asegura Calandria.

Porque aunque cueste creerlo, apenas 10 meses después de la tragedia, O’Higgins logró levantar al cielo de Rancagua el Apertura 2013, el primer y único título de su historia. “Y muchos hinchas se quedaron sin ver a su equipo salir campeón, pero yo creo que fue gracias a ellos, a los amigos fallecidos, que lo logramos. Echaron una manito desde el cielo”, finaliza Paulina Silva.

Ayer, los homenajes comenzaron a las 23.00, en el memorial de los 16 ángeles rancagüino­s frente al estadio; prosiguier­on con un responso de madrugada en el cementerio y se prolongará­n hasta el lunes, fecha en la que O’Higgins recibirá a Everton. “Es duro porque es recordar, es retroceder, pero hay tanta gente que nos acompaña que es también un bálsamo para nuestro dolor. Porque la pena compartida es más llevadera”, culmina María Inés. ●

PABLO CALANDRIA DELANTERO DE O’HIGGINS

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► Imagen del memorial a los 16 hinchas fallecidos, situado frente al estadio El Teniente.
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► Aspecto del bus en que viajaban los hinchas, tras la caída.

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