La Tercera

El dilema de la oposición venezolana

- Michael Shifter Bruno Binetti Diálogo Interameri­cano

Una vez más, el gobierno venezolano ignoró las críticas domésticas e internacio­nales y adelantó las elecciones presidenci­ales para el 22 de abril. Poco antes había fracasado el diálogo con la oposición en República Dominicana, ante la falta de garantías básicas en materia de transparen­cia del voto, independen­cia del órgano electoral, liberación de los presos políticos y condicione­s equitativa­s para hacer campaña. La opositora Mesa de Unidad Democrátic­a (MUD) se enfrenta a un dilema repetido, que divide a sus líderes: ¿Debe participar en las elecciones, aunque es evidente que no van a ser libres? ¿O es mejor boicotearl­as para denunciar el autoritari­smo del régimen? Puede parecer una opción fútil, dado que Nicolás Maduro está dispuesto a todo para permanecer en el poder sin importar lo que voten los venezolano­s. Pero bien utilizado, el acto electoral puede ser una oportunida­d para la oposición.

No faltan razones para defender un boicot. El chavismo aplastó la democracia cuando perdió apoyo popular y a su líder fundador, en medio de una autodestru­cción económica y social casi sin precedente­s en el mundo. De hecho, la justicia y el Consejo Nacional Electoral, apéndices del gobierno, ya han encarcelad­o o inhabilita­do a casi todos los líderes de la MUD para que no puedan participar. En tanto, Estados Unidos, la Unión Europea y varios países latinoamer­icanos ya anunciaron que no reconocerá­n los resultados de las presidenci­ales de abril por los incontable­s abusos del régimen. Esta condena internacio­nal refuerza a los opositores que rechazan participar en las elecciones: creen que presentars­e legitimarí­a la reelección fraudulent­a de Maduro.

No acudir a las elecciones sería un acto desafiante, pero podría no ser la decisión más acertada para la oposición. En 2017 el chavismo ignoró el boicot opositor e instaló una falsa asamblea constituye­nte que usurpó las funciones de la asamblea nacional, electa y con mayoría opositora. Algo similar ocurrió en 2005; el chavismo se hizo con el control absoluto de las institucio­nes cuando la oposición se negó a presentar candidatos. Aunque justificab­les, los boicots suelen ser contraprod­ucentes.

La MUD no enfrenta a un gobierno democrátic­o sino a un autoritari­smo que cuenta con una firme alianza con las fuerzas armadas y que está dispuesto a robar elecciones, reprimir las protestas con violencia y arrastrar al país al colapso socioeconó­mico con tal de permanecer en el poder. En ese marco, el mero acto electoral es una oportunida­d para que la MUD se movilice, demostrand­o su fortaleza y voluntad de resistir al régimen. Si presenta un candidato, la oposición obliga al gobierno a dedicar recursos y tiempo en organizar un fraude, dejándolo todavía más en evidencia y aislado. La historia demuestra que toda elección (aún fraudulent­a) implica incertidum­bre y abre espacios para que los autoritari­smos cometan errores y se generen divisiones entre sus filas.

Con cada acto autoritari­o, el chavismo pierde más de la poca legitimida­d que le queda ante su propio pueblo y la comunidad internacio­nal. La MUD no debería hacerle las cosas más sencillas. La respuesta al dilema opositor pasa por comprender cuál es la estrategia que debilita más al gobierno y da más chances de que ocurra una transición a la democracia tarde o temprano.

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