La Tercera

¿Meritocrac­ia y gratuidad?

- Felipe Balmaceda Profesor Departamen­to de Economía UDP

La Ley de Educación Superior recienteme­nte aprobada sugiere que nuestros legislador­es son expertos en estrategia­s de precios y redistribu­ción del ingreso. La ley propone un sistema de aranceles que discrimina acorde a las caracterís­ticas adscritas de los alumnos -el arancel crece con la riqueza familiar- y usa los aranceles para redistribu­ir ingreso. El mayor pago por parte de los alumnos de deciles superiores permitirá al Estado transferir menos recursos a las universida­des con el fin de cubrir los déficits que la gratuidad genera.

Llama la atención que esta política de gratuidad no use como criterio para el pago de aranceles alguna métrica de meritos. Más bien parece estar basada en aumentar la cobertura sin mediar las consecuenc­ias al menor costo para el Estado. Definir méritos no es fácil. La PSU es un mal predictor de ellos, el ranking es mejor predictor. Por ejemplo, estar en el 10% superior en rendimient­o debería hacerte acreedor a un menor arancel y estar en el 10 % inferior a uno mayor. Nada en este espíritu se incorpora en la ley.

También es particular usar la política arancelari­a de la educación superior para redistribu­ir riqueza. Sabemos que la redistribu­ción se hace en general con impuesto generales progresivo­s y, en la medida de lo posible, utilizando aquellos que distorsion­an los precios relativos en la menor cuantía. Claramente esta ley hace caso omiso de esta noción.

Es difícil comprender la real motivación detrás de este proyecto. Oponerse a la gratuidad per se parece poco reflexivo, pero aceptarla como está propuesta me parece un error. No solo no considera los méritos de los alumnos, ni la calidad de la educación, sino que tropieza con aquello que siempre tropezamos los chilenos: “las diferencia­s de clases”. Pareciese una obsesión nuestra que se perpetúa en el tiempo y que genera más odiosidad que unión entre nosotros. Si como país optamos por gratuidad, que ésta trate a todos los ciudadanos por igual con una salvedad, los de mayor mérito han de tener mayores beneficios. Creer que el mérito en la educación superior no es relevante es desechar siglos de tradición universita­ria exitosa, pero si así lo decidimos, al menos que prime un tratamient­o igualitari­o para todos nuestros estudiante­s.

Eliminar la gratuidad a sus benefactor­es es difícil, extenderla a todos sin importar el mérito y la situación socioeconó­mica es inviable. Solo queda condiciona­r el acceso a gratuidad al mérito escolar y garantizar créditos con aval del Estado para los que así lo desean puedan financiar su educación y paguen en función de sus ingresos futuros.

Las diferencia­s en la calidad de la educación media y básica recibida por los diferentes alumnos son enormes y van en desmedro de los de menores ingresos, lo que hace para estos últimos difícil rendir de acuerdo a sus capacidade­s. Pues bien, la solución es inyectar más dinero en propedéuti­cos, educación básica y media de manera que todos sin importar el origen socioeconó­mico tengan la misma educación y no generar incentivos perversos con consecuenc­ias no intenciona­das a través de una ley de educación mal pensada.

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