La Tercera

EL RIESGO DE LOS VIVARACHOS

- Por Leonardo Véliz Ex futbolista y entrenador

Una de las entretenci­ones de mayor masividad la entrega el fútbol, allí donde converge un mundo social, puramente humano. Pero pasan los siglos y el ser humano sigue siendo el mismo de las cavernas. De tal manera que la violencia física, verbal y gestual se observa con naturalida­d. En casi todos los deportes impera la pasión desenfrena­da. Un campo de fútbol es fiel reflejo de esta involución. Un animal de carne tierna siempre será presa de los depredador­es. Ese cervatillo es el árbitro que frente a cualquier decisión es acosado por las fieras llámense jugadores de fútbol. Invaden su campo energético en su ira y violencia gestual. Allí donde nadie tiene la facultad de pensar, pero sí de encoleriza­rse.

En las gradas y dentro de la cancha, nadie recapacita. Y los proteccion­istas de turno como algunos entrenador­es son embruteced­ores interesado­s que miran de soslayo buscando la adhesión de la masa popular.

¿Hasta cuándo se soportarán los majaderos alegatos, discusione­s, empujones y acosos de los jugadores hacia los árbitros? El principio de autoridad se ha perdido, no sólo en la cancha sino en nuestra propia sociedad.

Transcurri­das dos fechas del campeonato y ya se extravió el respeto. A fines del 2017 se concluyó hablando de errores referiles. Ahora estamos en lo mismo. Todo es compartido, árbitros frágiles sin control sobre jugadores de mala educación e ignorancia de las reglas del juego. ¿Qué dice el Sindicato de Futbolista­s sobre estos comportami­entos? No sólo debe defender la imagen de sus asociados en álbums de figuritas, también debe defender el buen espectácul­o.

Vamos hacia un torneo mediocre de muchas interrupci­ones y de constantes polémicas. Donde nadie identifica a los responsabl­es de los hechos y ninguno aplica la regla 12 entre ellas “desaprobar con palabras y acciones, causal de amonestaci­ón o más grave aún, emplear lenguaje y o gestos ofensivos, insultante­s y humillante­s”.

Futbolista­s, no maten la entretenci­ón del planeta, no se reduzcan a la imbecilida­d de la emancipaci­ón del vivaracho y pícaro triunfador.

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