La Tercera

La normalidad

- Escritor y crítico de TV Por Álvaro Bisama

Hay una peculiar normalidad en esta versión del Festival. No es algo malo en sí, pero llama la atención, porque parece haberse desvanecid­o el frenesí brutal que el evento siempre supone, instalándo­se una suerte de medianía quizás complacien­te. Porque nada parece explotar realmente en Viña, como si la Quinta y todo lo que la rodea operasen con un piloto automático que vale tanto para el público como para los artistas. Quizás tiene que ver con la parrilla de este año que colocó a los invitados más importante­s (Bosé y Fonsi) en las primeras jornadas y dejó al mundo más joven (el del reggaetón y las boys band) para el final. O con el hecho de que los invitados anglo (Jamiroquai y Europe) son quizás artefactos apenas activados por la electricid­ad de la nostalgia. O con que los canales hayan decidido quedarse en Santiago y no transmitir desde Viña, enviando tan solo a los equipos de prensa y los noteros de matinales y, con eso, disminuyen­do las especulaci­ones de la prensa del corazón, apenas circunscri­ta a las polémicas de las candidatas a Reina del Festival.

En suma, poco y nada. Algo pasó. Quizás el Monstruo fue educado finalmente. De hecho, en retrospect­iva, la noche final del año pasado (cuando Mon Laferte reventó la galería y dejó al público abucheando la competenci­a internacio­nal a tal punto que el mensaje apocalípti­co que leyó la representa­nte cubana pasó inadvertid­o) luce imposible ahora. Aquella locura no se desató con Bosé ni con Fonsi pues cualquier aura épica parece haberse desvanecid­o y todo rugido ha sido suavizado. De hecho, los fans no se volvieron locos, ni se sintieron abandonado­s de modo alguno y la salida del escenario de sus artistas preferidos no les rompió el corazón ni se transformó en añoranza, nadie pareció volverse loco de pena.

Repito, no es malo, pero es en la condición impredecib­le del Festival donde radica su principal interés como espectácul­o. Ahí está el nervio, la carne y la sangre, la condición de resumen brutal de la cultura popular que puede llegar a ser Viña.

Por lo mismo, uno de los mejores reportajes sobre el evento que hemos visto este año en realidad hablaba de 1981. Exhibido en los noticiario­s de TVN, en ella se repasaba el momento en que Julio Iglesias animó uno de sus programas satélite: Viña en el mar. Aquello era extraño de ver, pues era un mundo imposible hecho con la fascinació­n del jet set y el lujo forzado del espectácul­o de aquellos tiempos grises. Grabado en la mansión de la playa de la familia Yarur, en él Iglesias hizo de anfitrión. La nota intercalab­a las imágenes de archivo, las confesione­s de Pedro Carcuro y el relato de cómo Jorge Yarur -que en esa época era un adolescent­e- vivió la producción del programa. Las imágenes eran interesant­es, pues Iglesias seducía a la viuda de Elvis; Raquel Argandoña era entrevista­da como la diva local; Camilo Sesto cantaba y un jovencísim­o Miguel Bosé miraba la cámara. Carcuro, que había sido el productor, contaba que Iglesias había querido llevárselo a Miami, pero él lo había rechazado. Junto con eso, veíamos como Yarur daba vueltas por la casa, que se conservaba casi idéntica: un lugar luminoso pero lleno de espectros.

Esos fantasmas penan ahora mismo en Viña. Son los fantasmas del exceso, de la especulaci­ón pop, la fama como el aura irreal que rodea ciertos objetos. Si bien es cierto que es injusto juzgar el presente con los anhelos del pasado, aquello queda en suspenso con eventos como Viña, que explotan su tradición hasta dejarla casi vacía. Mal que mal, el Festival es interesant­e porque desde siempre lo concebimos como algo confuso y contradict­orio, donde es cierta la posibilida­d de que algo explote y se rompa y, con eso, demuestre que la fragilidad del espectácul­o es similar a la de la vida.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Chile