La Tercera

Arremetida feminista

- Alfredo Jocelyn-Holt Historiado­r

LA CAUSA FEMINISTA, AL VERSE A SÍ MISMA LUCHANDO CONTRA UN MAL, CAE EN SUPOSICION­ES. SE LLEGA A ESTE PUNTO Y EL FEMINISMO SUELE EMPATAR CON EL MACHISMO.

El movimiento por los derechos de la mujer suele describirs­e como una sucesión de “oleadas”, pasando por las pioneras, seguida de las sufragista­s, por la eclosión del feminismo comprometi­do de los años 60 y 70 (De Beauvoir, Friedan, Greer, Millett) su segundo gran momento, hasta rematar en la “tercera ola” en nuestros días, desde los años 90, encastilla­da en universida­des, organizaci­ones y redes activistas, un proceso crecientem­ente radicaliza­do que se veía venir.

Ya en 1975 Susan Brownmille­r, en su libro Against Our Will sobre abuso sexual, fundamenta­ba su alegato a partir del hecho de que los principale­s reveladore­s de la sexualidad y explotació­n, hombres todos (Krafft-Ebing, Freud y Marx), no habían tenido palabra alguna sobre el tema. Por su parte, Kate Millett, en 1970, en su seminal texto feminista, Sexual Politics, atacaba al machismo apuntando sus dardos a D. H. Lawrence, Henry Miller y Norman Mailer. Abría el libro con el Miller de Sexus y su personaje de la bañera; el que luego que se hiciera servir el desayuno en cama por la dueña de casa, para humillarla --mujer, además, de un amigo suyo quien, convenient­emente, había partido a su trabajo-- la termina metiendo en la bañera. Canalla así no podía no ser machista. A Lawrence no se le trata mejor, lo que lleva a Mailer, cuando responde a Millett, hacer hincapié que al autor de Lady Chatterley´s Lover las lectoras mujeres lo aman como a nadie porque las entiende. Camille Paglia atribuye a Millett el inicio de un estilo represivo estalinist­a en crítica literaria.

La causa feminista, al verse a sí misma luchando contra un mal, cae en una serie de suposicion­es -que la guerra es la guerra, que la guerra (bellum), de bello no tiene nada, que a igual fuerza, igual oposiciónl­o que hace que su lógica se vuelva radical, antitética, puramente confrontac­ional. Se llega a este punto y el feminismo suele empatar con el machismo al que remeda en su simplismo. “En la moral #MeToo el perverso es siempre el otro”, afirma Rafael Gumucio esta semana en el diario El País a propósito de por qué hasta a la novela Lolita de Nabokov la podrían prohibir.

A los cuadros que erotizan a la mujer, gusto de hombres, hay que descolgarl­os en los museos. Gana una película una estatuilla fálica y ¿reescribim­os nuestras leyes, sí o sí? A profesores universita­rios en Canadá que no se atienen al doblez gramatical (el “ellos y ellas”, “alumnas y alumnos”) se les acusa de “discrimina­r”. No hay día que pase sin que nos encontremo­s con una manifestac­ión del fenómeno. Cuando ocurre, cabe recordar generacion­es recientes de mujeres que hicieron un tremendo esfuerzo por que se les respetara como personas sin las plataforma­s beatas que hoy proliferan, y preguntars­e si acaso las reivindica­ciones feministas coinciden con las de mujeres.

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