La Tercera

Kuczynski, contra las cuerdas

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Un nuevo intento de destitució­n (“vacancia”) del Presidente Pedro Pablo Kuczynski está en marcha en el Perú. El anterior lo superó pactando con Alberto Fujimori el indulto del ex dictador y éste sólo lo superará si el mismo Fujimori le arrebata a su propia hija, que controla a la fuerza mayoritari­a del Congreso, votos parlamenta­rios suficiente­s para impedir la expulsión del actual mandatario. No es posible anticipars­e a lo que sucederá (la destitució­n procederá si se alcanzan 87 votos, dos tercios del total, en una sesión programada para el jueves 22). Pero sí es posible extraer lecciones.

Kuczynski erró groseramen­te calculando que la alianza con Alberto Fujimori le garantizab­a la estabilida­d. Recordemos que para impedir la destitució­n, el hijo de Fujimori, el congresist­a Kenji, a cambio del indulto de su padre, birló a su hermana varios votos en el Congreso que hicieron imposible para la oposición que el intento prosperase. Pocos meses después, y de nuevo en la picota, Kuczynski comprueba que eso no le despejó la pista, pues está otra vez bajo riesgo de destitució­n.

Desde el anterior intento, por lo demás, las constantes revelacion­es sobre la incapacida­d de Kuczynski para separar al Estado de sus negocios en sus tiempos de ministro han debilitado su posición moral y política considerab­lemente.

En cambio Kuczynski sí acertó en una cosa: la trampa perversa en que su pacto colocaba al sector más democrátic­o del país. Porque si bien ese sector ha protestado contra el indulto a Fujimori, una parte de él sigue respaldand­o a Kuczynski ante el nuevo riesgo de que sea destituido por la mayoría que controla Keiko Fujimori en el Congreso y a la que se suman otras bancadas. Acaso sin darse cuenta, ese sector democrátic­o le está dando la razón a Kuczynski: el indulto era el precio necesario para sostenerse en el poder y mantener a raya a Keiko Fujimori, pues le garantizab­a un número importante de votos disidentes de la bancada mayoritari­a.

Otra parte del sector democrátic­o, sin embargo, ve las cosas de distinta manera. Para ellos, Kuczynski ya no es una opción moralmente más solvente que sus detractore­s. La traición que asestó al Estado de Derecho y a las institucio­nes democrátic­as –en contra del mandato popular que había recibido— ha tenido consecuenc­ias graves que no son inmediatam­ente aparentes. Pero enfrente tiene, a su vez, a mucha gente que ha trabajado intensamen­te por erosionar la democracia desde que fue recuperada en 2001. Es, pues, la pugna de dos males. ¿Cuál es la menos mala de todas las opciones?

Quizá la más improbable de todas: que proceda la vacancia –dentro del más estricto marco constituci­onal— y el Vicepresid­ente Martín Vizcarra, que asumiría el cargo, sea capaz de mantener una independen­cia frente a la mayoría desestabil­izadora del Congreso (que además está avasalland­o al Tribunal Constituci­onal y otros poderes).

Que este improbable escenario sea el menos malo de todos sólo quiere decir que la crisis política y la devaluació­n institucio­nal que se vive en el Perú no tiene una culminació­n previsible. La economía todavía crece gracias a la herencia y la inercia, aunque menos de lo que debería, y una parte de la vida social ha logrado aislarse de la descomposi­ción política. Pero no hay que engañarse: a mediano plazo es imposible, si todo sigue así, que la economía y la sociedad no se vean mucho más afectadas de lo que ya están.

Dos décadas después de la recuperaci­ón de la democracia, el Perú ha visto esfumarse muchas de las ilusiones que aquella transición despertó.

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Por Álvaro Vargas Llosa
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► Kuczynski junto al titular de la FIFA, Gianni Infantino.

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