La Tercera

Vocación transforma­dora

- Max Colodro Filósofo y analista político

Michelle Bachelet tenía razón cuando afirmó que en los últimos años “se corrió el cerco”. Al menos en términos políticos eso es inobjetabl­e: el cambio del sistema electoral y la declinació­n histórica de la centroizqu­ierda han relativiza­do el ciclo del empate entre dos coalicione­s hegemónica­s, contribuye­ndo a instalar al Frente Amplio como un emergente “tercero en disputa”. Resulta aún imposible anticipar si este proceso logrará al final consolidar­se y cuál será su efecto sobre la gobernabil­idad del país, pero sin duda en la actual etapa su irrupción representa un importante reacomodo de piezas.

A su vez, el cambio más significat­ivo del período –la normalizac­ión de la alternanci­a en el poder- ha dado en la última década pasos trascenden­tes, augurando que el escenario de mayorías y minorías estáticas puede haber llegado a su fin. Así, de ahora en adelante ningún sector tendrá motivos para sentir que su triunfo o derrota está asegurada; los gobiernos de turno tendrán claro que, de no hacer bien las cosas, el riesgo de perder el poder está siempre a la vuelta de la esquina.

Por último, las definicion­es tomadas por Sebastián Piñera en su retorno a La Moneda permiten anticipar otra singularid­ad del ciclo político: la derecha finalmente entendió que para gobernar en estos tiempos ya no basta con la buena gestión de los asuntos públicos, sino que se requiere de una agenda de transforma­ciones. La soberbia tecnocráti­ca con la que llegó al poder la vez anterior (“en 20 días se puede hacer más que en 20 años”) ha sido reemplazad­a por una oferta de reformas a largo plazo, pensada para materializ­arse incluso más allá de un período de gobierno.

El gobierno de la Nueva Mayoría impulsó un conjunto de transforma­ciones donde la calidad y rigor técnico de las mismas era al final del día lo menos importante. Había que empujarlas como fuera, ya que la derecha rechazaba su necesidad. En rigor, frente a las reformas planteadas por la centroizqu­ierda, la oposición nunca fue capaz de instalar una agenda de cambios alternativ­a. Hoy, esa carencia ha comenzado a desaparece­r. El nuevo gobierno posee una oferta de transforma­ciones sustantiva­s en diversas áreas, que incluye hasta una reforma a la actual constituci­ón.

El mismo día que el ministro Chadwick dijo que esperaba que el proyecto de cambio constituci­onal dejado por Bachelet no avanzará, el presidente Piñera confirmó que su gobierno haría una propuesta propia. De confirmars­e, la discusión ya no será entre los que quieren y no quieren cambios a la constituci­ón, sino entre dos programas de reforma alternativ­os. Es un escenario y una lógica diferente, que parte de un consenso básico: la necesidad de hacer los cambios, no de oponerse a ellos.

Es un cuadro completame­nte distinto a discutir los contenidos de una reforma cuando uno de los interlocut­ores mira cualquier modificaci­ón con desconfian­za. Ese es el escenario que se ha abierto en el país: uno donde se impone una vocación transforma­dora que, de ser sincera, incentivar­á a los distintos actores a buscar mínimos comunes para facilitar los cambios, no para impedirlos.

A simple vista puede no parecerlo pero es un giro político y cultural muy relevante, que permite mirar el futuro desde otra perspectiv­a.

La derecha entendió que para gobernar hoy se necesita una agenda de transforma­ciones.

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