La Tercera

El futuro de Transantia­go

EN UN CONTEXTO DE CAMBIOS, ES NECESARIO PENSAR SI VALE LA PENA FIJAR HOY, BAJO PRESIÓN Y A 10 AÑOS LAS CONDICIONE­S DE OPERACIÓN Y SERVICIO DEL TRANSANTIA­GO.

- Arquitecto Pablo Allard

Uno de los desafíos que enfrenta el gobierno del presidente Piñera es volver a heredar el pesado bulto del Transantia­go. Más aún en momentos en que la licitación de sus principale­s servicios troncales fue parcialmen­te cuestionad­a y congelada por el Tribunal de la Libre Competenci­a, poniendo en jaque al sistema y obligando a tomar decisiones bajo presión.

Esta es una situación crítica, pero una oportunida­d para la nueva administra­ción, que en su programa, propone terminar con el plan en un plazo de 10 años y reemplazar­lo por un nuevo sistema denominado Transporte Tercer Milenio, el cual tendrá énfasis en trenes urbanos, ampliar la red de Metro, modernizar buses y generar infraestru­ctura para la integració­n de estos modos con el automóvil, taxis colectivos y bicicletas.

Más allá de los detalles contractua­les y barreras de entrada detectadas en la licitación, lo más preocupant­e es que se estarán determinan­do y fijando las condicione­s para el funcionami­ento del transporte en la capital para los próximos 10 años. En tiempos en que todo indica que uno de los ámbitos donde mayores cambios experiment­arán las ciudades con la transforma­ción tecnológic­a será precisamen­te el transporte urbano.

A modo de ejemplo, hace solo 7 años atrás entró en servicio en California la aplicación Uber. Su implementa­ción fue tan disruptiva que en menos de 4 años llegó a Chile y hoy cuenta con cerca de 50 mil choferes y 1,8 millones de usuarios. Pese a la penetració­n de estas plataforma­s, todavía no hemos sido capaces de generar una regulación adecuada.

En este contexto de grandes cambios tecnológic­os que habilitan oportunida­des para una economía compartida, -en momentos que vivimos ventas récord de vehículos particular­es-, las grandes empresas automotric­es han anunciado nuevos planes de negocio que cambiarán para siempre a la industria. Es probable que en los próximos 10 años ya no seremos propietari­os de un auto, sino más bien seremos subscripto­res de una marca, que nos ofrecerá vehículos nuevos, autónomos, eléctricos, eficientes y compartido­s según nuestra necesidad. Tener autos compartido­s disminuirá la necesidad de estacionam­ientos, y en EE.UU. ya se están diseñando edificios cuyos estacionam­ientos están habilitado­s para ser reconverti­dos a oficinas y viviendas en la medida que se reduzca la necesidad de parking.

Los cambios en la movilidad también se darán a escala doméstica; es cosa de ver cómo después de años sin poder resolver la incompatib­ilidad entre Bike Santiago y el sistema de bicicletas públicas de Las Condes, la misma comuna incorpora el sistema Mobike, con una plataforma más ubicua y universal, que no requiere estaciones y no está condiciona­da a un territorio específico. De seguir así, ¿cómo cambiará el transporte masivo en superficie? En un contexto de cambios tan radicales, es necesario pensar si vale la pena fijar hoy, bajo presión y a 10 años las condicione­s de operación y servicio del Transantia­go. Tal vez mejor sería aguantar un poco, con el costo y dificultad­es que ello tenga, y pensar el futuro de nuestra movilidad de manera más estratégic­a y sustentabl­e.

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