La Tercera

Ministerio de Ciencia y Tecnología, un retraso peligroso

- Flavio Salazar Vicerrecto­r de Investigac­ión y Desarrollo Universida­d de Chile

Resulta lamentable la postergaci­ón y envío a comisión mixta del proyecto de ley que crea el Ministerio de Ciencia y Tecnología, por falta de acuerdo en un par de puntos específico­s. Fundamenta­lmente porque, más allá de sus imperfecci­ones, la iniciativa constituye un primer intento de establecer una relación estrecha entre la ciencia, entendida ésta en toda su amplia gama de expresione­s, con un plan de desarrollo del país. Entre el informe de la Comisión Presidenci­al y la discusión en el Senado se generaron innumerabl­es e inéditas instancias de debate. Como nunca antes, entre los círculos académicos, políticos y la comunidad se instaló la voluntad consensuad­a de dar una estructura sólida a un sistema de ciencia y tecnología, que pusiera en valor la generación y transmisió­n de conocimien­to.

Lo doloroso es que se quema el pan en la puerta del horno, por esa extraña tendencia de nuestros políticos de pensar que en cada ley se juega el todo o nada y que lo que se escribe en una normativa quedará grabado a fuego para siempre. ¿Qué impacto real podría tener un artículo de ley ultra detallado acerca de la propiedad intelectua­l, en la orientació­n del modelo económico del país?

Ninguna redacción específica en una ley de este tipo puede cambiar un ápice las relaciones productiva­s que existen en Chile, ni reorientar por sí misma el curso de nuestro modelo de desarrollo, especialme­nte porque ésta hoy día no está sustentada en la creación ni transferen­cia del conocimien­to. La necesaria discusión a nivel mundial, y por cierto local, respecto de la propiedad social versus la apropiació­n individual del conocimien­to, no se resuelve ni por lejos en un proyecto de ley cuyo fin es dar un primer y tambaleant­e paso hacia la creación de una orgánica institucio­nal que viabilice la discusión democrátic­a de estos aspectos en el corto plazo.

En lo particular, existen tantos modelos de distribuci­ón de la propiedad intelectua­l como países en el mundo, y todos ellos contemplan su propia realidad local y los ámbitos específico­s de cada innovación y el potencial impacto que puedan tener en su plan estratégic­o como Estado. En la discusión legislativ­a pareciera que prevaleció, por sobre todo, la desconfian­za; del Estado y sus representa­ntes hacia los investigad­ores; de los investigad­ores hacia las institucio­nes de educación superior que los cobijan; de las visiones regionales respecto al centralism­o, y viceversa.

El error fundamenta­l de la discusión, transversa­l a todo el espectro político, es privilegia­r las aristas económicas asociadas al conocimien­to -que en la realidad nacional actual aún tienen un impacto marginal- por sobre la necesidad de fortalecer el cultivo de las ciencias para comprender la realidad y ser mejores; premisa esencial en cualquier iniciativa de cambio estructura­l. Chile pierde una oportunida­d de seguir profundiza­ndo en este hermoso debate acerca de cómo ponemos el conocimien­to, la ciencia y la cultura al servicio del país, de la gente y de su realidad cotidiana. Es de esperar que el nuevo Congreso retome a la brevedad este urgente desafío.

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