Alargue exitoso
Pudo haber sido mucho peor. Como en Argentina que terminó cancelando su tercer día de festival por un temporal que inundó parte del Hipódromo San Isidro (dejando a los transandinos sin Pearl Jam, David Byrne, LCD Soundsystem y Galantis, entre muchos otros). En Chile, en cambio, apenas un ajuste de horarios y reacomodo de shows porque a raíz del mismo aguacero que cayó en Buenos Aires se suspendieron vuelos que traían equipos para algunos de los números del sábado acá en Santiago.
Fue el momento más complejo de la más ambiciosa edición chilena de Lollapalooza, un festival que por organización y oferta musical está muy por sobre la media de los eventos de este tipo que se realizan en el país, pero que de todos modos enfrentaba las inéditas complejidades de las tres jornadas incluyendo una apertura en día hábil.
Más allá de que la emergencia haya sido contenida a tiempo, lo de Argentina debería dejar lecciones para la organización chilena de cara a los próximos años: difícil confiar en la ausencia de imprevistos transnacionales al frente de una logística tan compleja como la de un festival de tres días con más de 110 artistas. Y tampoco estaría mal repasar lo del comienzo en día hábil.
Aunque los problemas de transporte de la ciudad no son en absoluto atribuibles a Lollapalooza Chile, no fue del todo fácil llegar hasta el Parque O’Higgins a media tarde del viernes, horario presumible para un espectador promedio considerando que era jornada laboral. Esto tomando en cuenta que la estación de metro más cercana estaba cerrada (Parque O’Higgins, Línea 2) y los estacionamientos ya ocupados, y sumado además a cierta urgencia del espectador ya que se trataba del día más atractivo desde lo artístico y a la postre el mejor de esta edición 2018.
¿Decisiones afortunadas? Varias. Ampliar el espacio destinado a Kidzapalooza (desde hace años uno de los más convocantes), cerrar la Cúpula por su limitado aforo y potencial peligro (no olvidar el episodio Cat Power en 2011), implementar señalética clara de seguridad en el Movistar Arena (reducto electrónico rebautizado como Perry’s Stage, siempre a tope de público) y destinar una tarima en Aldea Verde para números realmente emergentes (aunque mínimo en comparación con los otros escenarios).
Quizás lo más complejo será el tema del público que se agolpa en los escenarios centrales en plena elipsis: cuando hay más de 78 mil personas en el Parque O’Higgins (como la noche del viernes con Pearl Jam), sencillamente el sonido no da abasto y tampoco el espacio considerando las “activaciones” de las marcas involucradas que ocupan buena parte de un espacio que podría ser ocupado por el público. Apuntes finales para una fiesta que evaluó por años alargarse a tres días y que finalmente, tal como ha sido su historia en el país, convirtió la apuesta en éxito.