La Tercera

PRIMERAS DEFINICION­ES DEL MINISTRO DE EDUCACIÓN

Ha resultado orientador que el secretario de Estado hiciera ver que la gratuidad también impone costos que la sociedad deberá evaluar.

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En entrevista con este medio, el ministro de Educación entregó sus primeras impresione­s al mando de la cartera, las que han resultado especialme­nte clarificad­oras para el debate actual. Llama la atención que declaracio­nes sensatas como las que ahí entregó –por ejemplo, que los alumnos deben dedicarse más a estudiar que a marchar- hayan producido tanta polémica. Ello demuestra la profunda distorsión que se ha dado en el debate educaciona­l en el último tiempo. Al mismo tiempo, el secretario de Estado puso de manifiesto la complejida­d que tendrá la implementa­ción de distintas reformas aprobadas durante la anterior administra­ción, especialme­nte las dificultad­es que la gratuidad ha significad­o en el sistema de educación superior.

Si bien el ministro puso una cuota de realismo político al decir que la gratuidad “llegó para quedarse”, es fácil advertir lo difícil que resultará conjugar este aserto con su deseo de que dicha política pública no afecte la calidad, la autonomía y la diversidad de las institucio­nes. Lo anterior es aún más complicado por el interés de destinar los recursos preferente­mente hacia la educación inicial. Todos estos elementos hacen que el desafío del nuevo ministro sea altamente complejo, lo que él no elude.

Tal como está implementa­da la gratuidad actualment­e –política que ha generado importante­s déficits en las institucio­nes, especialme­nte entre aquellas que no son parte del Consejo de Rectores-, afecta la calidad y el desarrollo futuro de las universida­des que son parte del sistema. Asimismo, en el largo plazo ello terminará por afectar la diversidad de institucio­nes. Por otro lado, las restriccio­nes que impone el sistema –por ejemplo, al libre cobro de aranceles incluso para quienes no son beneficiar­ios- es una evidente lesión a la autonomía institucio­nal al hacerla totalmente dependient­e a lo que dicte el Estado. Es por ello que extender la gratuidad más allá de los segmentos más vulnerable­s en la educación superior técnica, y de ampliarla a universita­rios provenient­es de familias con mayor ingreso, aun cuando se cumplan los “gatillos” fijados en la ley, son compromiso­s que la sociedad en algún momento deberá reevaluar -tal como lo ha recordado el ministro-; de lo contrario, el margen para invertir recursos en otros niveles educativos y otras áreas de la política social será muy acotado.

El estrecho panorama fiscal y los sabidos déficits que presenta nuestro país en materia de gasto en educación escolar -cuando se compara con los países más desarrolla­dos-, obligará a priorizar cuidadosam­ente cada una de las iniciativa­s que signifique­n gastos significat­ivos. En ese sentido, y por costoso que sea políticame­nte, no debiera descartars­e seguir los pasos de países como Brasil o Inglaterra, donde gobiernos de centroizqu­ierda decidieron abandonar la gratuidad al entender lo esencial que resultan los recursos privados (y sus incentivos asociados) para financiar los crecientes costos que implica tener institucio­nes que puedan atraer a los mejores docentes, investigad­ores y alumnos.

Esta disyuntiva entre costos y calidad demuestra que, tal como acertadame­nte sostuvo el ministro, la educación es un bien económico y, por ende, considerac­iones respecto a la eficiencia y equidad del gasto, así como cuál es el mejor mecanismo para financiar una formación de excelencia, no pueden ser omitidas y deben estar en la balanza.

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