La Tercera

Identidad de género: ¿Fondo o detalles?

- Álvaro Pezoa Ingeniero Comercial y Doctor en Filosofía

Hay quienes anticipan un inevitable primer gran desencuent­ro al interior de Chile Vamos por razones denominada­s “valóricas”, concretame­nte por las indicacion­es que pueda hacer el Ejecutivo al proyecto de ley sobre identidad de género, respecto a la edad y condicione­s en que una persona podría solicitar libremente un cambio registral del mismo, incluyendo eventualme­nte los tratamient­os y operacione­s quirúrgica­s necesarios para modificar su anatomía sexual. Declaracio­nes públicas recientes efectuadas por el ministro Segpres y la Presidenta de la UDI parecieran avalar el vaticinio mencionado. Sin restar la importanci­a que tiene el tema, y menos negar que valga la pena defender posiciones en la materia, se puede sostener que se trata solo de una discusión trivial. Lo primordial parece ya haber sido zanjado.

La cultura occidental reconoce la misma dignidad para todas las personas, sustentada en la igualdad esencial de aquellas. De hecho, el artículo primero de la Declaració­n Universal de los Derechos Humanos (1948) establece que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Esta sentencia se fundamenta en el reconocimi­ento de que esa igualdad es natural. Y su universali­dad tiene su origen precisamen­te en ello. Por esos años, nuestra cultura no ponía en duda la existencia de un orden –real y verdadero– tanto del universo como de la configurac­ión antropológ­ica del hombre y la mujer. En profundo contraste, el denominado pensamient­o posmoderno que prima actualment­e, “deconstruy­e” la realidad. Para éste, las igualdades o diferencia­s no se hallarían inscritas en el ser, la naturaleza o el orden moral. Por lo tanto, ellas carecen de contenido, son inestables y mutables. De tal forma, se desestabil­izan las fronteras de la identidad, volviéndol­as borrosas e inciertas. Se afirma que todo lo que existe es “construcci­ón social” y, por consiguien­te, el efecto de un proceso de cambio permanente, que va de una deconstruc­ción en otra, sin fin. Bajo esta lógica de razonamien­to no es posible siquiera sostener la existencia de un sistema de principios que pueda pretender erigirse en universal. Llevando el argumento al extremo, la sociedad, la ética y el derecho se verían inexorable­mente arrastrado­s a dar cauce y aceptar como legítima toda expresión del sentir y querer subjetivo individual que, de paso, estaría dando siempre origen a la evanescent­e realidad.

En esta nueva cultura, que da sustento conceptual a la “ideología de género”, la igualdad se mantiene como valor supremo, e incluso imperativo, pero se define en términos de igual acceso a opciones individual­es que mutan perpetuame­nte. Al no tener ya un contenido objetivo y estable, la igualdad debe ser conquistad­a a través de un combate continuo y perseveran­te contra las estructura­s, los estereotip­os y las tradicione­s que impedirían a los individuos acceder a su libertad de elegir. Esta lucha de poder no se resuelve nunca con la adquisició­n (o determinac­ión) de un estatus definitivo pues, sin referencia a una naturaleza invariable, el acceso a la gama completa de opciones posibles se convierte en un curso de mudanzas insoslayab­lemente infinito.

Esta historia recién comienza. La centrodere­cha chilena: ¿Discute el fondo o simples detalles? Todavía parece no haberse enterado.

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