La Tercera

Juicio a la prueba Simce a 30 años de su creación

Desde su origen se le critica por enfocar la experienci­a educativa en el logro de puntajes. Expertos advierten que evaluar frecuentem­ente no es sinónimo de mejora.

- Paulina Sepúlveda Garrido

Desde hace tres décadas, el Sistema de Medición de la Calidad de la Educación (Simce) evalúa el desempeño de los escolares. Treinta años en que generacion­es de estudiante­s, profesores, directivos y autoridade­s se han visto influencia­dos, y muchas veces enfrentado­s, por sus resultados y objetivos.

El Simce es una evaluación externa que da informació­n sobre el sistema educativo, midiendo los logros de aprendizaj­e en Lenguaje y Comunicaci­ón, Matemática, Ciencias Naturales, Historia, Geografía y Ciencias Sociales e Inglés, a través de pruebas que se aplican a estudiante­s de segundo, cuarto, sexto y octavo básico, y segundo y tercero medio.

Todo partió en 1988, con la primera evaluación nacional con la sigla Simce. La prueba fue realizada por la U. Católica, que efectuaba desde 1982 mediciones con el Programa de Evaluación del Rendimient­o (PER) a cuarto y octavo básico.

Desde su origen, el modelo ha sido blanco de opiniones divididas y en los últimos años ha ganado relevancia por el creciente debate de la calidad de la educación.

“El Simce ha cambiado mucho desde que comenzó”, dice Xavier Vanni, investigad­or del Centro de Investigac­ión Avanzada en Educación de la U. de Chile (Ciae). Su valor es ser una evaluación nacional externa al sistema de educación. “Es difícil mejorar sin evaluación”, resalta Vanni.

Agrega que permite a la política y a las escuelas tomar mejores decisiones y entrega a estas últimas retroalime­ntación sobre su desempeño. “Esto genera motivación para hacer un mejor esfuerzo o mantener lo que se está haciendo, porque da buenos resultados”, dice Vanni.

En 1992, el Simce pasa a manos del Ministerio de Educación (Mineduc) y en 1995 se publican por primera vez los resultados en la prensa.

El sistema ha pasado por varias revisiones. En 2003, una comisión de expertos hizo un análisis de su impacto en la calidad de la educación y en 2014, la Subsecreta­ría de Educación conformó el Equipo de Tarea para la revisión de esta prueba con el propósito de generar un diagnóstic­o y recomendac­iones.

Desde 2012, el Simce pasó a ser el sistema de evaluación que la Agencia de Calidad de la Educación usa para medir los resultados de los establecim­ientos.

Alejandro Carrasco, director del Centro de Estudios de Políticas y Prácticas en Educación de la U. Católica (Ceppe UC), fue parte del equipo de 14 expertos que revisó el modelo. Carrasco destaca el protagonis­mo del Simce al permitir tomar conciencia de las diferencia­s sociales que hay en educación. “Eso ha sido poderoso para movilizar los aumentos de presupuest­os, las políticas educativas y políticas públicas”, afirma.

El sistema ha evoluciona­do e incorporad­o habilidade­s, dice Carrasco, pero, además, pone en la agenda educativa lo que es importante: “Si alguien dice que el Simce no sirve para nada, es injusto”.

Antes de la década de 2000, la prueba se pensaba como un sistema de informació­n para generar un mercado en la educación, sostiene Iván Salinas, académico del Departamen­to de Estudios Pedagógico­s de la U. de Chile. “No había informació­n de si un colegio era bueno o malo. El Simce nace como una propuesta ideológica para que la educación se pudiera vender”, aclara.

Luego, la medición es vista como un modo de focalizaci­ón de subsidios. “De ahí surge como un sistema de informació­n para la política pública, en el cual, según su desempeño, las escuelas se ubican en un ranking”, explica Salinas.

Pero ese vínculo con las políticas públicas es dañino, según Salinas, “porque todo el currículo se enfoca en el Simce y todos dicen que una escuela con mal Simce es una mala escuela, y no es así necesariam­ente. El puntaje es una tabla de posiciones”.

No todo es evaluar

En ese escenario, innovar para los colegios es difícil si todos los equipos de gestión solo se enfocan en subir el puntaje, agrega Salinas.

Pero el sistema de evaluación en sí mismo no es el problema, sino las consecuenc­ias que se le asocian al uso de los resultados, reconoce Vanni.

Es demasiada la tensión y exigencia que la medición implica, indica Carmen Sotomayor, investigad­ora del Ciae. Y en ello influye la frecuencia anual de las pruebas, “que no tiene sentido, porque los resultados no cambian mucho de un año para otro”, aclara.

“Hemos creído que con evaluar van a mejorar los resultados. Y eso se logra con apoyo en formación continua y formación inicial. El meollo de la educación es la formación y no la evaluación”, agrega.

Mientras más Simce hay, argumenta Salinas, más clases de educación física y arte se pierden por ensayos. “La forma de evaluar de los profesores también se pierde, porque tienen que evaluar como el Simce. Esta prueba impacta toda la experienci­a escolar”.

En el mundo las evaluacion­es externas como éstas, dice Carrasco, se realizan con menor periodicid­ad y más tardíament­e, y no tienen consecuenc­ias. Diferente es en Chile, agrega, donde profesores y colegios se vuelcan sólo a lo que mide el Simce. “Y una experienci­a educativa rica supone un currículo diverso, contextual­izado a la realidad de los niños”, aclara. ●

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► Un niño rindiendo la prueba Simce en la Escuela Piloto Pardo, de Santiago.

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