La Tercera

Hablemos de utopías

- Sergio I. Melnick @melnickser­gio

Vivir en sociedad tiene muchas ventajas, pero también costos. El precio de esas ventajas que son elocuentes, se paga con libertad, el más preciado de todos los bienes humanos, y por eso debemos ser muy cuidadosos y profundos en el análisis de lo público. Debemos lograr articular una sociedad en que las ventajas superen los costos.

Existen dos grandes bases utópicas fundamenta­les. Una es la idealizaci­ón de lo colectivo, la otra es la idealizaci­ón de lo individual. Sin duda, la única posibilida­d del ser humano imperfecto, como lo somos, es lograr encontrar el camino intermedio (no el del medio).

Lo más distintivo del ser humano es quizás la conscienci­a de ser consciente­s. Todos los “mitos de creación” que alumbran el sentido del ser humano en las diversas culturas, son en definitiva acerca de la creación de la conciencia. Tratan de explicar al ser humano en el universo. Entonces se da una extraña paradoja, la conscienci­a se trata de explicar a sí misma: es objeto y sujeto a la vez.

Así aparece una segunda gran paradoja cuando llegamos a la sociedad. El real colectivis­mo, no puede venir de una ideología, ni menos del dogma como ocurre en la política o en algunas religiones. El colectivis­mo profundo, es la idea de lograr la máxima diversidad humana en armonía, es decir una sociedad que maximiza el aporte creativo individual, la diferencia. Lo colectivo tiene sentido solo en función del individuo que lo crea. De lo contrario le estaríamos otorgando una propiedad de orden divina al colectivo. De hecho el comunismo, por ejemplo, es más una religión que una ideología, que endiosa al Estado, y por eso fracasa una y otra vez. Cuando una colectiviz­ación proviene de una ideología cualquiera (o fe) es la idea de alguien o de un grupo particular; no es entonces realmente colectivo. Lo verdaderam­ente colectivo no puede ser ideológico, salvo el tratar de regirse por el principio de la diversidad y la libertad.

Por el contrario, cuando el individuo en sociedad es dejado completame­nte a su arbitrio se impone la ley de la selva y domina el más fuerte y a veces el más tramposo o inescrupul­oso. El más fuerte termina siempre limitando la creativida­d del otro y por ende su libertad.

Si lo pensamos bien, un sistema colectivis­ta ideal, no puede ser “planificad­o” ni centralmen­te administra­do, ya que eso significa que unos pocos dirigen el destino de los demás. Planificar la diversidad es una contradicc­ión en sí misma. El colectivis­mo profundo de la verdadera libertad individual, requiere el ser autorregul­ado y eso es obviamente otra utopía. Esa es parte de la gran paradoja. Los mercados por ejemplo, son expresione­s del colectivis­mo creativo individual. Cuando un actor es muy dominante es muy difícil entrar a dicho mercado. En esas condicione­s, el sistema deja de ser “justo”. Hay también monopolios naturales y como es conocido, la parte oscura del ser humano tenderá siempre a las asociacion­es de pocos para dominar los mercados. Las utopías son solo utopías.

La libertad es el camino de la prueba y error. Por ello terminamos regulando la sociedad y haciendo leyes (estado de derecho). Pero el derecho no es lo mismo que la justicia, y se abre así el necesario espacio de la política, que finalmente es la institució­n pública que define dichas leyes, pero que sufre de la infección del virus del poder. El colectivis­mo mal entendido quiere regular todo lo posible, y de esa manera va matando la libertad, es decir el verdadero colectivis­mo de la diversidad. Peor aún es cuando las ideologías quieren controlar la educación para adoctrinar a la población, es decir literalmen­te termina matando la semilla creativa de la libertad. Pero la libertad sin reglas mata la justicia.

Construir sociedad no es tarea de niños, ni fundamenta­listas: es tarea de sabios.

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