La Tercera

Los extremos políticos capturando el debate

- Por Hugo Herrera Dr. en Filosofía y profesor titular del Instituto de Humanidade­s de UDP.

Ni el asambleísm­o de la izquierda racionaliz­ada de campus o PC, atada a discursos generales que tienden a desconocer la singularid­ad del individuo, la peculiarid­ad de las situacione­s y la importanci­a de una división del poder entre el Estado y la sociedad civil (apuntalada esta en una economía libre, pues, si no, bajo las condicione­s actuales tiende a la impotencia), ni la tozudez mercantili­sta que aboga por las leyes inmutables o por los dictámenes de los económicam­ente poderosos y soslaya el aspecto colaborati­vo, comunitari­o y político de la existencia, dan para comprender lo que está ocurriendo.

No es equivocado interpreta­r el malestar popular difuso y generaliza­do como una resistenci­a a sucumbir bajo el peso de esos discursos abstractos de la derecha y la izquierda menos moderadas.

Ambas se unen en la confianza que depositan en las construcci­ones mentales y en la desatenció­n a la existencia popular e individual concreta; se alían en la adhesión a las abstraccio­nes, sean estas la del racionalis­mo de la deliberaci­ón pública o de la oferta y la demanda.

“Generaliza­r es ser un idiota; particular­izar es la distinción del mérito”, escribió William Blake. Hoy luce aplicar la alusión a la izquierda y la derecha menos reflexivas: amigos de la fórmula general, que se ahorran el esfuerzo de pensar lo raro, lo otro, lo distinto. “Capital humano”, “masa crítica”, “asamblea”, “movilizaci­ón social”, “revolución”, “sigue la revolución”, “mercado en vez de ideología”, son parte del stock de abstraccio­nes con las que entienden el ancho mundo e intentan someterlo.

Están por todas partes, con insistenci­a que pasma. Se tomaron la derecha postdictad­ura, crearon “think tanks”, como LyD o la Fpp, para legitimar su operación; denostaron a las tradicione­s más humanas de la centrodere­cha de antaño: el liberalism­o político moderado, el pensamient­o socialcris­tiano y el nacional-popular. Pero están también en la izquierda, con la insistenci­a del tambor, con Atria y sus ideas sencillas “en la mochila” (lo escribió Jackson), listos para desplazar el mercado y avanzar hacia la plenitud generaliza­nte de la deliberaci­ón pública en asamblea.

La esperpénti­ca imagen y la ignorancia confesada de Florcita Motuda vienen a ser como el reclamo de la armonía pueblerina y la individual­idad dañadas: “sólo quiero descansar”, exclama el pequeño burgués hasta cierto grado cómplice en dejarse incluir en la normalizac­ión, admitida acríticame­nte por los acelerador­es de procesos, los partidario­s –aquí y allá– de los modelos simples.

Una mirada a ese fondo sin fondo que siempre será el pueblo, permite discernir ciertos aspectos de un fenómeno que incluye, a la vez que bienestar –las clases medias son, y por primera vez en nuestra historia, mayoritari­as–, una precarieda­d, un miedo a la pobreza, una angustia abismal, que rematan en un malestar difuso, extendido y enconado.

Urge comprender la situación. Antes que adoptar el giro hacia las fórmulas abstractas, es menester considerar con detención la realidad social y popular; atender cuidadosam­ente a las pulsiones y anhelos nacionales; luego de esa considerac­ión, buscar las maneras discursiva­s e institucio­nales de darle expresión adecuada en articulaci­ones plenas de sentido. Se necesitan liderazgos lúcidos de esa tarea comprensiv­a y dotados de las capacidade­s de intuición, reflexión e imaginació­n requeridas para palpar el fondo nacional, elucidarlo y ofrecerle cauce por medio de la obra y la palabra hacia rumbos significat­ivos. Mientras algo así no ocurra, seguiremos rumiando el malestar.

No hay que ir muy lejos, hace un siglo pasó algo parecido. Desde 1910 hasta entrados los años 30 se sucedieron: malestar, protestas, inestabili­dad, hasta golpes y matanzas, precisamen­te, por una comprensió­n política inveterada­mente deficitari­a. Ante los nuevos anhelos sociales de las emergentes clases medias y los preteridos de siempre, todavía insuficien­temente considerad­os, no es descartabl­e que la insistenci­a en las abstraccio­nes carentes de penetració­n comprensiv­a termine intensific­ando la crisis.

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