La Tercera

CUMBRE DE LAS AMÉRICAS EN LIMA

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José Antonio Viera-Gallo SEÑOR DIRECTOR

La próxima Cumbre de las Américas en Lima despierta curiosidad, pero ningún entusiasmo. Muchos fijan su atención en un posible y anunciado intento de Nicolás Maduro por llegar a la cita y la negativa peruana a dejarlo pasar, o en el debut internacio­nal del nuevo presidente del Perú. Otros, en la repentina ausencia de Trump y la poca importanci­a que su gobierno le atribuye a América Latina. No faltarán quienes presten atención a la última presencia de Raúl Castro.

Pocos analizan el contenido de la Cumbre, dedicada esta vez a la lucha contra la corrupción, flagelo que asola a todos los países de la región, provocando efectos en la política y en la actividad económica. Sobre la materia no hay ningún acuerdo sustantivo, más allá de la retórica que permita avanzar en probidad y transparen­cia. Tampoco existe alguna idea nueva para impulsar las relaciones con EE.UU. Más bien hay puntos de conflicto: barreras arancelari­as, migracione­s, calentamie­nto global, uso internacio­nal de la fuerza, papel de los organismos internacio­nales, por ejemplo. Tampoco se verá algún avance en materia de integració­n latinoamer­icana que revitalice a Unasur o el Celac.

Es posible que la delegación de EE.UU. haga propuestas en complement­ación energética y cooperació­n científica. Pero todo quedará oscurecido por el caso de Venezuela -con o sin la presencia de Maduro- y la disputa entre el Grupo de Lima y los gobiernos del ALBA.

Queda la esperanza de que los encuentros bilaterale­s y las con versacione­s de pasillo sean, a fin de cuentas, lo más sustantivo de la Cumbre. Y los analistas más agudos se fijarán en los encuentros bilaterale­s de los presidente­s latinoamer­icanos y en los trascendid­os de esas citas.

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