LOS DESAFÍOS DE LA CUMBRE DE LAS AMÉRICAS
La Cumbre de Lima se juega su éxito en su capacidade de aunar una posición y expresar una categórica condena a la situación de Venezuela.
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Cuando se realizó la primera Cumbre de las Américas en Florida, Estados Unidos, entre el 9 y el 11 de diciembre de 1994, los 34 países participantes -integrantes todos de la Organización de Estados Americanos (OEA)-, firmaron una declaración de principios en la que se comprometían “a fomentar los valores y las instituciones democráticas” y a buscar la prosperidad a través de “la apertura de los mercados, la integración económica y el desarrollo sostenible”. Además, en el documento, titulado Democracia, Libre Comercio y Desarrollo Sostenible de las Américas, reiteraban los fundamentos de la Carta de la OEA, insistiendo en la promesa de “promover y defender” la democracia y “los regímenes constitucionales”. A casi 24 años de la firma de ese documento en Estados Unidos, los países que participan de la cita hemisférica se enfrentan al desafío, en el encuentro de Lima, de demostrar que la iniciativa multilateral no ha perdido vigencia, es un aporte para la región y sigue siendo un espacio útil y necesario de discusión.
Una misión compleja considerando, primero, que la Cumbre no contará con la presencia del Presidente de Estados Unidos Donald Trump, que anunció que no asistirá a causa de la escalada de tensión en Siria. Será la primera vez que un mandatario estadounidense se ausenta del encuentro –que además nació por iniciativa del entonces Presidente de Estados Unidos. Una mala señal considerando que la cita en la capital peruana entregaba un valioso espacio de diálogo para enfrentar temas urgentes como la agenda proteccionista del Presidente de EE.UU. -que contradice abiertamente algunos de los principios que la declaración de 1994 prometía defender-, la política migratoria de Washington y el rol que la Casa Blanca podía jugar en la crisis venezolana. A eso se suma que la cumbre -cuyo tema central es “el desafío de la gobernabilidad de cara a la corrupción”-, se da en un momento especialmente complejo para la región por los alcances y consecuencias en varios países de la región del escándalo de Lava Jato en Brasil. Incluso, el expresidente peruano Pedro Pablo Kuczynski que debía ser, inicialmente, el anfitrión de la cita fue destituido producto de ello.
Pero al margen de la necesidad de avanzar en mecanismos que protejan a las democracias de la región de los efectos nefastos de la corrupción y profundizar el compromiso por la apertura de los mercados, el tema que debe marcar la cumbre -pese a no estar oficialmente en agenda- es la situación de Venezuela. Para demostrar la vigencia y validez de espacios como el que ofrece la cita de Lima es importante que estos entreguen señales potentes en post de la defensa de los principios que se comprometieron a defender. La deriva autoritaria que se observa en Venezuela y que va de la mano de una profunda crisis económica, política y social que amenaza con desatar una emergencia regional, a causa de la ola de venezolanos que abandonan su país, exige que las democracias de la región asuman un rol activo no sólo en la condena sino también en la búsqueda de una solución. La mayor coincidencia ideológica que existe en América Latina tras el giro político de los últimos años ofrece una ocasión única para avanzar con mayor decisión en una postura unificada frente al tema.