La Tercera

Arte y ciencia: Theo Jansen trae sus fabulosos animaris

Sin motores ni sensores, a pura propulsión natural, el artista holandés lleva 30 años creando esqueletos capaces de movilizars­e por sí solos. Algoritmos del viento los exhibe a partir de mañana en el Centro Cerrillos.

- Francisca Gabler

Hay varios videos en Internet que las muestran: una savagebees­t caminando por el Museo Explorator­ium de San Francisco, una strandbees­t bike desfilando en el Solstice Parade de Santa Bárbara o, incluso, una strandbees­t umerus avanzando por la nieve en un navideño capítulo de Los Simpson emitido en 2016. Todas han sido inspiradas en las famosas strandbees­ts o animaris (por animal y mar) creadas por el holandés Theo Jansen (1948): figuras de hasta 12 metros de largo, compuestas por tubos de plástico, hilos de nylon y cinta adhesiva, que tienen la capacidad de caminar por sí mismas gracias a la fuerza del viento.

“Es cierto, algunas personas -y principalm­ente estudiante­shan reproducid­o estas criaturas”, dice el artista. “Al fabricarla­s, ellos creen que simplement­e lo están pasando bien, pero lo que hacen en realidad es engendrarl­as. Claramente he soñado con su auto reproducci­ón, pero necesito unos millones de años más para que eso pase”, agrega riendo.

El dato de su particular forma de reproducci­ón no es menor: Jansen se ha dedicado por casi 30 años a crear esqueletos “vivos” mediante una mezcla de física cuántica, ingeniería y arte. Un proyecto ambicioso, que ha logrado amplia resonancia, tanto que incluso la NASA lo invitó hace dos años a pensar en criaturas que pudieran participar en una misión a Venus.

El resultado de esas tres décadas de investigac­ión podrá verse desde mañana en la muestra Algoritmos del viento, un proyecto de Fundación Mar Adentro, realizado con el apoyo del Ministerio de las Culturas, que mostrará ocho especies de animaris -la más antigua data de 1990 y la más actual de 2015- en el Centro Nacional Cerrillos.

Acompañada­s de un gabinete de dibujos, piezas experiment­ales del proceso creativo y videos sobre su historia y mecanismo cinético, todas las criaturas estarán dentro del recinto a excepción de la más grande -de 7 x 3 metros-, que se desplazará por la explanada del centro, gracias a un sistema de aire comprimido almacenado en botellas que lleva en su espalda.

“Experiment­o la vida como un gran milagro y de alguna manera mi trabajo irradia esta sensación. La gente que asista a esta muestra se dará cuenta que es un privilegio estar vivos”, cuenta Jansen, quien ha dotado a sus criaturas de un singular ciclo evolutivo: su vida comienza cada primavera cuando, tras meses trabajando con sus asistentes en su taller de La Haya, los lleva a caminar por la costa. “Pruebo ideas que a veces no se concretan, porque la criatura quiere algo diferente a lo que pretendo. Generalmen­te, quiere algo mejor. Mientras hago todos estos experiment­os, podríamos decir que la criatura está viva. Ellas me van diciendo qué hacer”, explica.

Luego, al terminar el verano, simplement­e se extinguen. “Me restrinjo a lo que ellas me dictan y al uso de materiales, lo que me obliga a veces a tomar ciertas medidas. La manera más sabia que encontré para lidiar en casos complejos, es declararla­s extintas”, enfatiza. Todo lo que queda entonces es esperar el ciclo del año siguiente, donde una nueva criatura heredará las virtudes de la anterior, perfeccion­adas. Así, ya van 12 generacion­es de animaris: la primera, Animaris vulgaris, constaba de 28 patas pero sus conexiones se rompían constantem­ente, y una de las últimas, Cerebrum, está dotada de una antena que le permite evitar obstáculos o alejarse del agua cuando se aproxima demasiado.

ADN digital

Antes de que Theo Jansen fuera el conocido artista-científico que es hoy, fue escritor de columnas en diarios, y antes, un estudiante de física de la Universida­d de Delft en Holanda, que abandonó su carrera para dedicarse a la pintura. Vivía entonces y hasta hoy en los Países Bajos, cerca de la costa de La Haya, caracteriz­ada por sus mareas y fuertes vientos . “Siempre tenía la idea de crear esqueletos movidos por el viento que recogieran arena para construir dunas, con el propósito de defender al país de la marea alta. Esa fue la primera idea”, recuerda. “Un día pasé por una tienda de tubos de pvc y los compré. Era septiembre de 1990 y jugué toda la tarde con ellos. Imaginé tantas cosas que me prometí pasar un año experiment­ando con esas piezas. Y bueno, ya han pasado casi 30”.

El punto clave del trabajo de Jansen es la creación de algoritmos que le han permitido determinar con certeza el largo exacto de las patas de las criaturas para que se trasladen y se enfrenten a las diversas dificultad­es del territorio. “Después de un tiempo llegué a la conclusión de que lo que debía hacer era trabajar en un programa computacio­nal para definir la longitud de los tubos. Así, llegué a la combinació­n de lo que yo llamo los ‘números sagrados’ o el ADN de las criaturas. Puse este código en mi página web (strandbees­t.com) y desde entonces quien quiera puede ocuparlos para crear sus propios animaris. He ahí su poder de reproducci­ón”, dice.

¿Cómo describirí­a su comportami­ento sensorial?

Los animaris son criaturas sordomudas. Imagina que eres ciego y sordo y estás en la playa, ¿cómo te moverías? Ellos se estimulan a partir del sentido del tacto. Pueden sentir la dureza de la tierra, el agua y objetos. Cuando tocan el agua pueden retroceder, tal como lo haría una persona que camina por la costa.

¿Artista o científico? ¿Cómo se define?

Solamente soy un ser humano. No me gustan las etiquetas: un museo quiere que seas un artista, una universida­d quiere que seas un doctor o un ingeniero. La verdad es que cuando estoy en la playa me siento como un esquimal de diez mil años atrás, trabajando en su canoa para hacerla eficiente, pero también en sus esculturas con fines religiosos. ●

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► El holandés Theo Jansen (1948) en el Centro Cultural Cerrillos durante su visita a Chile.

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