Una cancha demasiado dispareja
Es cierto lo que dicen Boric, Goic, Lagos Weber o Harboe: hay un conjunto de temas que requieren grandes acuerdos nacionales para garantizar su proyección. Los cinco planteados por el gobierno, comenzando por protección de la infancia y seguridad ciudadana forman parte de esa categoría. Se equivocan sin embargo, dada su condición de parlamentarios, al participar en las comisiones convocadas por el gobierno. La razón principal es simple: debilitan el único espacio en donde la oposición puede generar una correlación de fuerzas favorable y amplían las ventajas del Ejecutivo.
Sebastián Piñera ganó bien la elección presidencial pero la derecha no obtuvo mayoría ni en la Cámara de Diputados ni en el Senado. En ambas instancias la oposición puede construir una mayoría. Así alcanzó la Presidencia de las dos. El tema es cómo hacer valer esa mayoría que no es espúrea sino que el producto de un voto ciudadano con un sistema electoral mejor que el binominal anterior. No se trata de atrincherarse en el Parlamento para desde allí obstaculizar la tarea del gobierno. Afortunadamente están lejos los tiempos en donde una fuerza política podía amenazar con no entregar “ni la sal ni el agua”. Más allá de divisiones políticas, la ciudadanía espera que las fuerzas políticas sean capaces de cooperar para sacar adelante iniciativas de interés general.
No está en discusión la necesidad de generar grandes acuerdos. A golpes la historia nos ha enseñado que estos son fundamentales. El punto es otro: cómo éstos se pueden construir. El juego político actual se caracteriza por un enorme desequilibrio. La Presidencia dispone de recursos y facultades que prácticamente no tienen contrapeso. Ese poder, en manos de un presidente hiperactivo como Piñera hace que la cancha se haga aún más dispareja. A eso se agrega, la estrecha vinculación de la derecha con el sector empresarial, su gran influencia en los medios de comunicación y una poderosa red de universidades y centros de estudio.
Al frente hay muy poco. Los movimientos sociales están disgregados y es una incógnita su capacidad de movilización futura. Los partidos de oposición son estructuras debilitadas y los centros de estudio tienen incluso dificultades para sobrevivir. Por su parte, la presencia de la oposición en los principales medios de comunicación es escasa y no influye en sus líneas editoriales. El cuadro internacional es también desfavorable.
Por muy lejos, el principal espacio en donde la oposición puede desplegarse es en el Congreso Nacional. Eso lo entiende muy bien el gobierno. Invitando a algunas figuras individuales sin pasar por consultas con los partidos o las bancadas está logrando un doble propósito: la división de la oposición y el debilitamiento del Congreso Nacional.
La oposición tiene un largo camino por delante. Necesita una evaluación sincera y rigurosa de sus éxitos y fracasos para desde allí formular un proyecto nacional que abra nuevos horizontes. Mientras ese proceso no se inicie no se divisará ninguna luz al final del túnel. En el intertanto no corresponde darle más ventajas a un equipo que lleva todas las de ganar aceptándole jugar solo de local eligiendo además a los jugadores del rival.