La Tercera

Politizar la política

- Por Hugo Herrera

Si la centrodere­cha quiere efectuar un buen gobierno, dejar legado, marcar la historia, tiene que hacer esto: politizar la política. Durante muchos años, quizás desde la dictadura, cuando Pinochet hablaba de “los señores políticos”, la derecha trabajó precisamen­te en la dirección contraria: por despolitiz­ar la política. La política era concebida como una actividad ajena a lo que se llamaba la “ideología”, terreno resbaladiz­o y peligroso, y tenía que pasar a convertirs­e un asunto “técnico”. La política se volvió sinónimo de economía. O, más precisamen­te, de economía salpicada de moral sexual.

Y así se pasaron los años, se fue Pinochet, vino la transición. Desde la oposición, esa política despolitiz­ada funcionaba: la derecha se enfrentaba con alusiones al crecimient­o y al dinamismo de los privados a los moderados esfuerzos concertaci­onistas por matizar un poco el neocapital­ismo “ídolo del foro”, como lo llamó premonitor­iamente Mario Góngora. Y, como lo que dominaba era el conservadu­rismo moral, la derecha podía poner un muro claro a los liberales dentro del socialismo renovado. Ese fue, más o menos, el marco en el que se dio la discusión hasta 2010.

Entonces a la derecha le tocó gobernar. Y entonces faltó no el piloto, pero sí el “relato”. Piñera hizo lo que pudo: gobernar con eficiencia y tratar de saltarse un poco los temas morales. Pero el forado discursivo, la carencia política de su sector quedó pasmosamen­te a la vista solo un año más tarde, cuando los universita­rios, los escolares y hasta sus familias se tomaron las calles, se prendió el bombo y una versión de pensamient­o marxista para “la mochila” fue asimilada por una nueva dirigencia estudianti­l, como se decía entonces, “extra-Concertaci­ón”.

Tantos años trabajando por despolitiz­ar la política, por sacar la política del “cuerpo intermedio”, de la sociedad, por reemplazar la política por la combinació­n de economía salpicada con toquecillo­s de moral, rindió su fruto: un gobierno administra­tivamente eficiente fracasó estrepitos­amente desde el punto de vista político. La derecha fue derrotada por paliza en dos elecciones seguidas, el eje de la discusión se corrió a la izquierda y Bachelet, destartala­da y todo, pudo llevar adelante un gobierno con grandes metas. Otra cosa es que ellas terminen siendo un aporte al país.

La Nueva Mayoría, empero, fracasó allí donde la centrodere­cha fue virtuosa: en la economía. Además, en interpreta­r el inestable escenario de clases medias emergentes mayoritari­as, a las que descalific­ó con sorprenden­te frivolidad. Se habló de “facho pobre”, Eyzaguirre trató a esas clases de arribistas. Entonces las clases medias se dieron la media vuelta y votaron por Piñera.

En el intertanto, la centrodere­cha hizo lo suyo. Se fue renovando, se pacificaro­n los conflictos, se fundó una nueva alianza coordinada, se creó un consejo político, se redactó una “Convocator­ia política”, se escribiero­n libros, se organizaro­n seminarios.

Y, entonces, está de nuevo en el poder. Y, entonces, está de nuevo el peligro: de que se mantenga firme en su viejo discurso de despolitiz­ar la política y concentrar­se en la economía, salpicada de moral sexual.

Un tal esfuerzo condena al gobierno al fracaso. De hecho, ya está siendo salpicado por discusione­s de moral sexual. La centrodere­cha amenaza sumirse en un debate bizantino que la debilitará. Baste recordar la “cuestión del sacristán” en el siglo 19, para notar cuánto daño hace el moralismo a la centrodere­cha, y al país.

Politizar la política no es renunciar a la moral y convertirs­e al cinismo; tampoco descuidar la economía, esa olla de la que comemos. Politizar la política es poner a la economía y la moral en perspectiv­a política, tenerlas a la vista como asuntos que son parte de una totalidad nacional que se trata de desplegar conjuntame­nte. Es pensar la república primero, el florecimie­nto armonioso de todas sus partes, la integració­n de las clases y del pueblo al territorio, la división del poder social, entre Estado y sociedad civil y al interior del Estado y al interior del mercado. Solo bajo esas condicione­s podrán las “políticas públicas” adquirir orientació­n de base, perder protagonis­mo el escapismo moralista ABC1, la economía adquirir legitimida­d y la centrodere­cha quedar en condicione­s de plantarse con prestancia –y no a la defensiva, como protegiend­o intereses– en los foros libres.

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