Politizar la política
Si la centroderecha quiere efectuar un buen gobierno, dejar legado, marcar la historia, tiene que hacer esto: politizar la política. Durante muchos años, quizás desde la dictadura, cuando Pinochet hablaba de “los señores políticos”, la derecha trabajó precisamente en la dirección contraria: por despolitizar la política. La política era concebida como una actividad ajena a lo que se llamaba la “ideología”, terreno resbaladizo y peligroso, y tenía que pasar a convertirse un asunto “técnico”. La política se volvió sinónimo de economía. O, más precisamente, de economía salpicada de moral sexual.
Y así se pasaron los años, se fue Pinochet, vino la transición. Desde la oposición, esa política despolitizada funcionaba: la derecha se enfrentaba con alusiones al crecimiento y al dinamismo de los privados a los moderados esfuerzos concertacionistas por matizar un poco el neocapitalismo “ídolo del foro”, como lo llamó premonitoriamente Mario Góngora. Y, como lo que dominaba era el conservadurismo moral, la derecha podía poner un muro claro a los liberales dentro del socialismo renovado. Ese fue, más o menos, el marco en el que se dio la discusión hasta 2010.
Entonces a la derecha le tocó gobernar. Y entonces faltó no el piloto, pero sí el “relato”. Piñera hizo lo que pudo: gobernar con eficiencia y tratar de saltarse un poco los temas morales. Pero el forado discursivo, la carencia política de su sector quedó pasmosamente a la vista solo un año más tarde, cuando los universitarios, los escolares y hasta sus familias se tomaron las calles, se prendió el bombo y una versión de pensamiento marxista para “la mochila” fue asimilada por una nueva dirigencia estudiantil, como se decía entonces, “extra-Concertación”.
Tantos años trabajando por despolitizar la política, por sacar la política del “cuerpo intermedio”, de la sociedad, por reemplazar la política por la combinación de economía salpicada con toquecillos de moral, rindió su fruto: un gobierno administrativamente eficiente fracasó estrepitosamente desde el punto de vista político. La derecha fue derrotada por paliza en dos elecciones seguidas, el eje de la discusión se corrió a la izquierda y Bachelet, destartalada y todo, pudo llevar adelante un gobierno con grandes metas. Otra cosa es que ellas terminen siendo un aporte al país.
La Nueva Mayoría, empero, fracasó allí donde la centroderecha fue virtuosa: en la economía. Además, en interpretar el inestable escenario de clases medias emergentes mayoritarias, a las que descalificó con sorprendente frivolidad. Se habló de “facho pobre”, Eyzaguirre trató a esas clases de arribistas. Entonces las clases medias se dieron la media vuelta y votaron por Piñera.
En el intertanto, la centroderecha hizo lo suyo. Se fue renovando, se pacificaron los conflictos, se fundó una nueva alianza coordinada, se creó un consejo político, se redactó una “Convocatoria política”, se escribieron libros, se organizaron seminarios.
Y, entonces, está de nuevo en el poder. Y, entonces, está de nuevo el peligro: de que se mantenga firme en su viejo discurso de despolitizar la política y concentrarse en la economía, salpicada de moral sexual.
Un tal esfuerzo condena al gobierno al fracaso. De hecho, ya está siendo salpicado por discusiones de moral sexual. La centroderecha amenaza sumirse en un debate bizantino que la debilitará. Baste recordar la “cuestión del sacristán” en el siglo 19, para notar cuánto daño hace el moralismo a la centroderecha, y al país.
Politizar la política no es renunciar a la moral y convertirse al cinismo; tampoco descuidar la economía, esa olla de la que comemos. Politizar la política es poner a la economía y la moral en perspectiva política, tenerlas a la vista como asuntos que son parte de una totalidad nacional que se trata de desplegar conjuntamente. Es pensar la república primero, el florecimiento armonioso de todas sus partes, la integración de las clases y del pueblo al territorio, la división del poder social, entre Estado y sociedad civil y al interior del Estado y al interior del mercado. Solo bajo esas condiciones podrán las “políticas públicas” adquirir orientación de base, perder protagonismo el escapismo moralista ABC1, la economía adquirir legitimidad y la centroderecha quedar en condiciones de plantarse con prestancia –y no a la defensiva, como protegiendo intereses– en los foros libres.