La Tercera

ZUCKERBERG EN LA “COLINA”

- Por Álvaro Vargas Llosa Escritor y periodista peruano

El capitoste de Facebook, Mark Zuckerberg, tuvo esta semana un encontrona­zo con el sistema político al ser obligado a rendir su testimonio en el Senado estadounid­ense. Sobre el papel, la razón tiene que ver con el escándalo de Cambridge Analytica, empresa basada en Londres que accedió a los datos de 87 millones de usuarios de Facebook y los utilizó para fines políticos (como la campaña de Trump en 2016). Pero hacía rato que la política y Zuckerberg, cuya empresa tiene de cliente a la tercera parte de la humanidad, estaban en rumbo de colisión por el poder que el joven CEO ha acumulado.

Los senadores lo acribillar­on verbalment­e para que se los viera honda y concienzud­amente preocupado­s por la privacidad del público, cuya informació­n las empresas de alta tecnología utilizan para su negocio. Todos esos políticos, sin embargo, emplean datos de usuarios para sus campañas (limpias y sucias) y usan Facebook para hacer propaganda dirigida a grupos a los que sólo se puede identifica­r en base a datos de usuarios.

El forcejeo entre Facebook y la política plantea un importante dilema para la empresa: o empieza a cobrar por acceder a la plataforma y protege los datos de la gente celosament­e, o sigue permitiend­o, como ahora, el acceso gratuito, pero en ese caso debe seguir vendiendo anuncios, lo que exige un direcciona­miento basado en datos de usuarios para que los anunciante­s puedan llegar al público acotado que les interesa.

Facebook obtuvo US$ 40 mil millones en ventas en 2017, de los cuales el 98% provino de la venta de anuncios. Se supone que Facebook tiene, desde 2012, un compromiso con el Estado para no vender informació­n sobre los usuarios a los anun- ciantes. Zuckerberg sostuvo en el Senado que su empresa nunca vende datos de usuarios a los anunciante­s. Lo que, según él, ocurre es que Facebook consulta a los anunciante­s a qué público quieren llegar y luego la propia plataforma tecnológic­a se ocupa de dirigir la publicidad al destino adecuado. Sin embargo, lo sucedido con Cambridge Analytica demuestra que no es cierto que Facebook sea la única entidad que tiene acceso a los datos de los usuarios. La sospecha es que el acceso a esos datos se da a través de las aplicacion­es disponible­s en Facebook, que tienen relación directa con quien las utiliza.

Zuckerberg pidió perdón, anunció que será mucho más vigilante con respecto a las normas internas de su empresa y planteó que, como lo pide mucha gente, haya una cierta regulación para proteger al público. Pero no se comprometi­ó a nada en concreto y aseveró que el riesgo de una regulación inadecuada es la muerte de la innovación tecnológic­a. Con lo cual estamos ante el clásico enfrentami­ento entre la gran empresa y los políticos. Es una lucha de poder. Un poder relacionad­o, para colmo, con la capacidad de influir en las elecciones (y la penetració­n político-digital de Estados como Rusia en las democracia­s liberales).

La tecnología no se puede desinventa­r: una vez que esa genio escapa de la botella, no hay forma de volverla a meter. Nadie sabe, dados los cambios continuos que experiment­a la tecnología, si Facebook seguirá, junto con Google, dominando la publicidad digital pagada dentro de 10 años. Pero si no son ellos, serán otros. La regulación que vendrá podrá dificultar parcialmen­te el acceso a los datos de usuario, pero creer que la política, que es la primera en inmiscuirs­e en nuestra informació­n privada, podrá impedir que una parte importante de nuestra privacidad sea vulnerada no es realista. Tenemos que convivir con esa desagradab­le verdad.

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