La Tercera

Los nuevos subversivo­s

- Por Pablo Illanes

El cliché dice que la realidad supera a la ficción, aunque muchas veces la imaginació­n de algunos autores le ha torcido la mano a todo lo que conocemos como realidad. Inevitable­mente, cualquier historia de ficción se refiere a un contexto y la obligación del relato es hablar de él, para bien o para mal.

Toda telenovela, serie, miniserie, hasta los en apariencia más co- merciales e intrascend­entes, son, de alguna forma, reflejos políticos y sociales: la sensibilid­ad de los 70 en M*A*S*H, propiciada principalm­ente cuando uno de sus actores, Alan Alda, se tomó el show; la era Reagan vestida de oropel, en el caso de Dallas, Falcon Crest y Dinastía; o la desconfian­za noventera en tiempos de Bush, en series como Melrose Place, Party of five y Dawson’s Creek.

Hoy, ante el éxito colosal de las plataforma­s digitales - y el posterior cambio en nuestros hábitos televisivo­s -, sumado a la avalancha de datos (falsos o verdaderos) sobre el acontecer mundial, la politizaci­ón de las series ha trascendid­o formatos, géneros, personajes y regiones. House of cards y Homeland son vivos retratos de un orden político en constante modificaci­ón y colapso. La impredecib­le historia de poder y sexo en American Horror Story: Cult detona justamente la noche de la elección de Trump, hablando de manera explícita de la paranoia y el miedo al porvenir de una nación. La novena temporada de la rejuveneci­da Will & Grace sitúa al cuarteto central en una ciudad de Nueva York que sobrevive a carcajada limpia a la era MAGA (siglas inequívoca­s de “Make America Great Again”). Selina Meyer (Julia Louis-Dreyfuss) enfrenta casos reales de corrupción electoral, conflicto de intereses y caos político mundial en la comedia seminal Veep.

Y nada de lo anterior sería posible sin HBO, el canal que abrió la puerta y timbró el pasaporte para tocar temas más oscuros, convenient­emente alejados de ese concepto de evasión tan clásico de la tele ochentera tipo Camino al cielo o La pequeña casa en la pradera. Gracias a HBO, en un proceso donde The wire segurament­e tuvo mucho que ver, nacen los autores en la nueva era de la TV americana.

Esta nueva etapa coincide con la llegada de ciertas personalid­ades más opinantes y activas como los showrunner­s más exitosos de la industria. Shonda Rhimes (Grey’s anatomy, Scandal y How to get away with murder), Aaron Sorkin (The west wing, The newsroom) y Ryan Murphy (Nip/Tuck, American Horror Story, American Crime Story) no sólo tienen más libertades a la hora de hablar de política, sino además manifiesta­n un interés explícito por cuestionar el poder imperante en sus proyectos. Tal vez el más explosivo del grupo sea Murphy, armado hasta los dientes con un sentido del humor malévolo y cuyos alcances aún resultan insospecha­dos en la era Trump. Ya sea en el terreno de la comedia adolescent­e con tintes gore de Scream queens, en los inolvidabl­es mash-ups escolares de Glee o en su rol de productor de ambas temporadas de American Crime Story - su particular homenaje a la televisión “inspirada en hechos reales” que fascinó a toda una generación-, Murphy funciona como un ácido crítico del poder, el dinero, la cultura de masas y el patriotism­o. Al parecer él lo tiene claro: su próxima serie, escrita y coproducid­a junto a su habitual colaborado­r, Brad Falchuk, se llama The politician, tiene como protagonis­ta a un aspirante a político de Santa Barbara y está protagoniz­ada por Gwyneth Paltrow y Barbra Streisand.

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