La Tercera

DECLARACIO­NES DEL MINISTRO DE JUSTICIA

Los secretario­s de Estado deben tener especial cautela a la hora de realizar declaracio­nes, ya que cualquier imprudenci­a en sus dichos puede afectar su labor y la imagen del gobierno.

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Polémica causaron las declaracio­nes del ministro de Justicia Hernán Larraín sobre las tendencias políticas de los jueces. En un cónclave de la UDI la semana pasada declaró que “la mayoría de los jueces son de izquierda” y en un afán por dar garantías que intentarán corregir esta situación agregó: “Así que ahora netearemos”.

Posteriorm­ente, en una declaració­n pública, aclaró que “lo que he sostenido y mantengo, es que el actual sistema de designació­n de los jueces y de los notarios está agotado y que éste se debe cambiar por un mecanismo que deje fuera la influencia política y el amiguismo”, además de explicar que sus opiniones fueron vertidas en “un contexto que entendía privado”.

Las declaracio­nes del titular de Justicia constituye­n un error no forzado en su debut en el poder Ejecutivo. En primer lugar, sus dichos abren flancos innecesari­os debido al contexto en el que fueron emitidos, porque una masiva reunión partidaria –a la que además se le permitió la entrada a la prensa- es en la práctica un espacio público y, por lo tanto, sus opiniones deben reflejar siempre los lineamient­os del gobierno al que representa.

A diferencia de la labor parlamenta­ria, los ministros de Estado deben tener especial cautela a la hora de realizar declaracio­nes, ya que cualquier imprudenci­a en sus dichos puede afectar inexorable­mente su labor y la imagen del gobierno. Además, la evaluación de la ciudadanía es más exigente con aquellos que ostentan dilatada experienci­a política, como es el caso de los que transitaro­n del Congreso al Ejecutivo. Sin embargo, es justamente la excesiva confianza en la trayectori­a parlamenta­ria la que puede tropezar ante la necesidad que tiene cualquier secretario de resaltar la labor del gobierno, evitar conflictos innecesari­os con su contrapart­e, alinear sus mensajes con las prioridade­s programáti­cas y, en definitiva, cumplir el rol esencial en un ministro: servir bajo la dirección presidenci­al.

Más allá de los aspectos formales, el fondo de las declaracio­nes del ministro también es motivo de preocupaci­ón. Surge entonces la válida duda si los fallos judiciales recientes responden a un ánimo de los magistrado­s por aplicar la ley o, más bien, están condiciona­dos por sus opiniones políticas. El problema solo se acrecentar­ía si en los futuros nombramien­tos de jueces –labor que tendrá que desempeñar en su calidad de ministro de Justicia- se busca el equilibrio intentando compensar con jueces de otras tendencias. Al menos en los nombramien­tos de los jueces de la Corte Suprema, que son validados por el Parlamento, se aprecia una alta transversa­lidad en los votos a favor en la última década.

Sin perjuicio de los eventuales cuestionam­ientos que puedan surgir a partir de las opiniones del ministro, el episodio refuerza la necesidad de revisar la transparen­cia con que se efectúa el procedimie­nto de nombramien­to de los jueces en el país. Aunque el procedimie­nto goza de legitimida­d, existen espacios de perfeccion­amiento que permitan a la opinión pública informarse de las razones objetivas por las que tanto el Poder Judicial en un comienzo y el Ejecutivo, posteriorm­ente, eligen a los mejores profesiona­les para impartir justicia.

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