La Tercera

Comisiones non stop

LAS COMISIONES PRESIDENCI­ALES LLEGARON PARA QUEDARSE PUDIENDO PLANTEAR UNA HIPÓTESIS: SU FRECUENCIA SERÁ MAYOR CUANTO MÁS TACTICISTA PUDIESE TORNARSE LA POLÍTICA.

- María de los Ángeles Fernández Cientista política

El devenir de la transición chilena, aunque breve en el tiempo, permite identifica­r ciertos eventos de corte cíclico. Algunos se desatan en cuanto un nuevo inquilino ocupa La Moneda. De este guion que se repite forman parte las comisiones presidenci­ales las que, sean políticas o técnicas, suelen convertirs­e en motivo especial de disputa entre quienes se ven obligados a enfrentar “la travesía en el desierto”. En la oposición se desatan encendidos debates acerca de los riesgos del colaboraci­onismo y de la posible cooptación que se ocultaría bajo “cantos de sirena”.

Aunque existen desde 1990, fue Michelle Bachelet quien las vinculó con un estilo que reivindica­ba para sí como femenino y, por ello, más dialogante y colaborati­vo. De igual forma, le sirvieron para aterrizar una etérea promesa de “gobierno ciudadano”. Tal como sucede ahora, fueron vistas con suspicacia desde el Congreso y la oposición de la época las denunció como pura indecisión. Resulta llamativo que, aunque llegó a formar once entre sus dos administra­ciones, no se convocaran para asuntos para los que bien hubiera hecho falta como el caso de la reforma educaciona­l. El Presidente Piñera también recurre a ellas buscando, tal como lo intentó en 2010, generar el clima de unidad nacional que inspiraría a las ya creadas, en seguridad e infancia.

De carácter originalme­nte extraordin­ario, ya son asunto normal en la práctica política chilena. Desde el gobierno de Ricardo Lagos hasta ahora se han generando unas veinte y, con ello, un estamento al interior de la propia élite. De corte técnico y transversa­l, algunos han devenido en profesiona­les del asunto de tanto que se han repetido.

Más allá de su carácter y naturaleza, hay cierto consenso acerca de su aporte para la elaboració­n de políticas públicas. Olvidando que forma parte de las atribucion­es de quien preside el país recurrir a los mecanismos asesores que estime convenient­es, no solo no faltan los que reclaman una mayor formalizac­ión sino quienes, como el senador Guillier, piden la revisión de su legalidad. Acusando que contravien­en la separación de poderes, su pataleo ha escalado hasta la propia Contralorí­a.

Con independen­cia de lo que de ello resulte, dichas comisiones llegaron para quedarse. Se podría, incluso, aventurar una hipótesis: su frecuencia será mayor cuanto más tacticista, fragmentad­a y corto placista pudiera tornarse la política. Es lo que sucede actualment­e en España donde últimament­e se estila pedir “pactos de Estado” para cualquier cosa a pesar de que, en los últimos 45 años, hayan tenido lugar solamente tres con carácter de tal. Ello lleva al analista político Xosé Luis Barreiro Rivas a afirmar que “las consecuenc­ias de tanto pitorreo es una inflación del sentido de Estado que convierte en aserrín el precioso metal de los pactos”.

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