La Tercera

Inmigració­n

ES IMPRESCIND­IBLE LEGALIZAR LA SITUACIÓN DE LOS 300 MIL EXTRANJERO­S QUE ESTÁN IRREGULARM­ENTE EN EL PAÍS Y REGLAMENTA­R EN FORMA MÁS EFECTIVA EL PROCESO INMIGRATOR­IO.

- Rolf Lüders Economista

El Presidente Sebastián Piñera presentó, con el fin de ordenar la casa como dijo, algunas medidas administra­tivas de efecto inmediato y ciertas indicacion­es al proyecto de Ley de Migracione­s de la expresiden­ta Michelle Bachelet. Al hacerlo respondió a un anhelo vastamente compartido a nivel nacional. Y lo hizo con el fin de controlar y regular la inmigració­n, y no para prohibirla.

La Cepal y la OIT estiman que los extranjero­s en Chile, como porcentaje de la población, apenas superan el 6 por ciento, menos de la mitad de lo que son en países como España o Alemania. Es por eso probable que el reciente rechazo a la inmigració­n se originó por el brutal aumento de la presencia de haitianos, física y culturalme­nte distintos a nosotros y también a aquellos habitantes de Bolivia, Perú, Venezuela y Colombia, que dominaron la inmigració­n a Chile hasta hace poco.

Las migracione­s se producen porque en ciertos países existen condicione­s que generan un fenómeno de salida (expulsión) de una parte de la población y/o porque en otros se dan circunstan­cias que la atraen (Massey, Durand y Malone, 2009). En este proceso son importante­s los factores económicos y nuestro fenómeno migratorio actual tiene mucho que ver con eso. En efecto, los salarios son mucho más altos –y por lo tanto atractivos- en Chile (un país con un PIB per cápita de US$25.4 00), que en Bolivia o Haití (con PIB´s por persona de US$7.900 y US$1.900, respectiva­mente). Pero también se dan casos como la expulsión en Venezuela, que se produce por su caótica situación político económica.

Lo interesant­e del proceso de migracione­s es que una vez que se inicia, incuba institucio­nes que tienden a prolongarl­o. Destacan entre ellas la formación de redes sociales internacio­nales y la generación de un mercado de prestación de servicios que reducen riesgos y mejoran las perspectiv­as económicas de los migrantes (Massey, Goldring y Durand, 1994).

¿Es posible detener la inmigració­n? Si se trata de hacer en forma costo-efectiva, la respuesta es negativa, y para ello basta con observar la reciente experienci­a norteameri­cana o europea. Pero en el caso de Chile tampoco es deseable detenerla. Los inmigrante­s son más jóvenes que los chilenos y por ende atrasan nuestro proceso de envejecimi­ento poblaciona­l, son más educados y así elevan nuestro capital humano promedio (Lafortune y Tessada, 2016), y además nos enriquecen culturalme­nte.

No obstante, es imprescind­ible legalizar la situación de los 300.000 extranjero­s que se encuentran irregularm­ente en el país y reglamenta­r en forma más efectiva el futuro proceso inmigrator­io. Paralelame­nte se debiera facilitar el proceso de integració­n de los inmigrante­s. Una condición necesaria para lo último es que tengan derechos similares a los nuestros y que cumplan también con la totalidad de nuestras obligacion­es, incluyendo por cierto las tributaria­s y previsiona­les.

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